Las metáforas teológicas de Marx (Dussel) IV
«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen y donde ladrones minan y hurtan, sino haceos tesoros en el
cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no
minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón [...] Ninguno puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al
otro. No podéis servir a Dios y a Mammón».
Mateo 6:19-21.24.2
Una de las claves para la lectura
de Marx como teólogo se encuentra en que Marx es un conocedor eximio de la
Biblia. Sus posteriores exegetas eran muy mediocres intelectualmente hablando
en ese aspecto –al igual que los propios teólogos oficiales del régimen
prusiano-, por ello todos los pasajes teológicos se los pasaron por alto. Es por
ello que la hermenéutica marxista es muy mediocre. Como explica Dussel, para la
tradición semita y cristiana la sangre es sinónimo de vida; así la sangre, la
vida humana, del trabajador es sacrificada al fetiche, que queda
transubstanciada en el capital como “trabajo muerto”. En su tesis doctoral
escribe sobre las pruebas sobre la existencia de Dios y afirma sobre la misma
que son meras tautologías: ¿No ha reinado Moloch?, se pregunta. El viejo Dios
de los Ammonitas, Dios fenicio al que se sacrificaban los hijos, un pueblo que
nació de Lot, emborrachado por una de sus hijas con la que yació. Y es que el
Levítico 18.21 se indica la orden de no ofrecer en sacrificio a los hijos por
el fuego. Pero que es lo que ocurre de veras en la Inglaterra del siglo XIX y
hoy en muchas partes del mundo: el trabajo infantil con jornadas extenuantes de
trabajo. El sacrificio a Moloch, el capital, la sociedad burguesa. Marx era un
pequeño burgués que va pensando las realidades. Es un radical burgués amante de
la libertad. Y observa como en el Estado autoritario prusiano, cristiano
luterano, se ejerce la censura y la confusión entre el Estado policíaco y la
religión cristiana. Marx observará ya en todo ello el fetiche como inversión:
la inversión de las cosa es tomada como persona y la persona por la cosa. Y Marx elaborará
la crítica desde el pietismo. La confusión del principio político con el principio religioso-cristiano, que pasa a ser
la confesión oficial, en una religión que ampara lo terrenal y que es culto del
estado absoluto: Una tergiversación total del “civitas dei” de san Agustín. Una crítica dura a la cristiandad -y al Estado
teocrático judío-, realmente nacida en el imperio bizantino, como la de los
profetas de Israel. Marx coincide con Kieerkegaard - que en Dinamarca- desde el
pietismo está en lo mismo. Sin embargo, Marx pronto pasará a la cuestión del
Dinero: y les dirá nítidamente que cuando consideran dar a Dios lo que es de
Dios y al César lo que es del César, entienden por príncipe de este mundo a
Mammón, al oro, y a la libre razón como sinónimo de él. Marx se presenta como
periodista tal como el profeta Oseas: polilla para Judea y carcoma para Israel.
Y que estos dioses son fetiches: dioses salidos de sus manos. Ese es el dios al
que adoran en Prusia. Marx, como teólogo muy ducho –más ducho que aquellos a
los que se refiere-, se lo echa en cara: Marx se lo espeta a teólogos mediocres.
Y Marx no es un periodista cualquiera: es un alumno ayudante de Bruno Bauer. A
Moloch se le sacrifican vidas y a Mammon el fetiche, Dinero, obra producto de
las manos del hombre mismo, y en el que objetivan su poder. Una crítica
teológica muy severa. Pues es la adoración al fetiche, a una cosa inanimada que
abandonará su carácter natural para satisfacer sus deseos. Mateo 6.24 lo deja
claro: “No podéis servir a Dios y a Mammon”. Y en el salmo 115 donde dice que “sus
ídolos son plata y oro, hechos de la mano del hombre, tienen boca y no hablan,
ojos y no ven, orejas y no oyen”. Ese es el Dios fetiche al que se adora.
Porque fetiche significa un Dios hecho a mano al que se idolatra. Y esa es la
religión oficial prusiana, el luteranismo: una religión fetichizada. Un culto a
los dioses fetiche.
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