Una de mis preocupaciones intelectuales es la reflexión filosófica en torno a España.
MANUEL AZAÑA, ÉTICA Y POLÍTICA DE UN REPUBLICANO, UN INTELECTUAL Y UN BURGUÉS
Nació Manuel Azaña en una casa espaciosa, con grandes balcones de acero
y cristal, que daban a la calle de la Imagen, en Alcalá de Henares. Una
típica casa burguesa en una típica casa complutense: con su zaguán de
entrada, que administra el paso a los patios interiores que sirven para
dar luz a las estancias. Son las casas de la vieja Alcalá un tanto
monacales, unas repúblicas para la reflexión interior, con esos patios
empedrados. La de Azaña no era menos, y aunque su fábrica era propia del
XIX no así su trazado, más propio de del XVII. El Diseño urbanístico
complutense no es comparable a ningún otro: de materiales pobres,
ladrillos del Zulema, y poca y mala madera (No así la de Azaña, toda una
casa construida por ladrillos nuevos): las viviendas se encuentran en
simbiosis con las calles. Las calles se trazan a cordel: son largas,
espaciosas, apetecibles para el paseo sosegado. Los cánones
renacentistas, clásicos, dictan que la altura de las casas sean igual a
la anchura de la las calles. Quiere esto decir que la vieja Alcalá se
planificó funcionalmente para albergar en ella una auténtica ciudad
universitaria, nacida al efecto, y no como extensión del colegio
catedralicio. Esta largura de las calles, esta racionalidad funcional,
según los cánones de Vitrubio, hicieron que en el XVII se entablara una
feroz lucha por comprar los terrenos mejores para colocar los barrocos
conventos y, así, en perspectivas similares a la pintura, dar fin a cada
calle importante, a cada cruce, con una cúpula, un espadón, un
campanario. La batalla por los terrenos urbanos fue feroz: se trataba de
mostrar la religiosidad al exterior de la calle, para mostrar quien
manda más y quien más puede. En pleno corazón complutense nació, vivió,
escribió y se formó en Joven Manuel Azaña. Servía su casa como espacio
de recogimiento y, por tanto, un tanto monacal. Pero al punto que ponía
sus pies en la calle los telones y fachadas de los conventos de Trento
asomaban en calles y plazas. Anduvo Manuel Azaña por toda la calle del
comercio, hoy soportalada y llamada mayor, hasta la calle de los
libreros, lugar donde, en cada esquina se colocaban las tiendas donde
los estudiantes, con sus manteos, compraban El Quijote, o, perdidamente,
El Lazarillo, o alguna obra prohibida de Erasmo. Como ese magnífico los
Silenos de Alcibíades, que pasaba de mano en mano, de manteo a manteo,
junto al broquel y el arcabuz escondido, y donde se ponía a parir,
literalmente, a los príncipes, magistrados, obispos y monjes de la
Iglesia, los cuales habían confundido las riquezas, la estirpe y los
bienes corporales con los valores cristianos. En la calle libreros hubo
una imprenta, de las más importantes de toda Europa, donde sus máquinas
escupían vertiginosamente toda la obra de Erasmo, traducida a la lengua
vulgar, que por entonces, empezaba ya a ser muy rica –como lo muestra la
gramática de Nebrija, profesor viejo de Alcalá-, para difundir lo que
se llamó posteriormente el humanismo cristiano. Manuel Azaña, se crió,
por tanto, en esas calles donde pugnaban dos Españas: la humanista, la
cisneriana, la que propugna la vida cristiana, la de los príncipes de la
paz y la de la Reforma, por un lado; y la de Trento, la monacal, la
conventual, la que propugna el valor del Poder terrenal de la jerarquía
eclesial sobre la tierra: la contrarreforma. Añaza conoció la derrumbada
moral de la ciudad siendo un neófito intelectual que pateaba aquellas
calles pobres. El casinillo, construido recientemente, y en el Paseo de
la Estación, eran sendos ejemplos de los cambios necesarios que la
burguesía podía llevar a cabo. Posiblemente viera Azaña que la manera de
regenerar la vida social y política de su país fuera la de aquellos
burgueses. Sin embargo veía, como Ortega, que la Política estaba copada
por los que tomaban café en el casinillo decimonónico de la Plaza de
Cervantes, con sus retorcidos bigotes; como esos príncipes de Salina
Gatopardianos, , pero, cortos de miras y caracterizados por la inepcia,
eran incapaces, ni tan siquiera, de mover los hilos para que todo
cambiase para que todo siguiera igual. Aquella fue la infancia de Azaña,
en el ambiente regeneracionista, la filosofía de Krause, la crisis
finisecular. A la vez Pio XII condena el materialismo, el liberalismo y
el socialismo. Se masca la tragedia. ¿Qué influencia tendría la vieja
Alcalá para su postura intelectual, ética y moral? Esa es la pregunta
que trataremos de responder aquí.
LA CALLE DE LA IMAGEN Y EL PENSAMIENTO ÚNICO
Nació Miguel de Cervantes Saavedra en una humilde casa alcalaína. La
que hoy se muestra como casa-museo natal sirve para ver como era una
casa acomodada del siglo de Oro, pero nada más. La casa que se visita
bien podía ser la del caballero del Verde Gabán, pero no es la de
Cervantes... ni la de Don Quijote. La verdadera casa, esa sí, donde
Miguel nació está situada al lado de la que se exhibe. No colindante,
pues entre medias queda la calle de la Imagen. Esta casa es conocida por
los alcalaínos como "Casa de la Calzonera". Documentos hay que
atestiguan que era propiedad de los Cervantes en aquella fecha; como hay
documentos, gracias a Trento que obligó al efecto llevar anotados los
bautizos, de que Cervantes fue bautizado en la capilla del Oídor.
También que el propio plumeador, en documento escrito de propia mano, se
define como alcalaíno. Esa discusión hace tiempo que quedó zanjada, y
todos los cervantistas la dan por sentada con unanimidad. No es a eso a
lo que quería referirme. De lo que quería hablar era de esa casa con la
cual "la de la Calzonera" es vecina. Es esa otra casa, como digo, de
singular importancia. Una casa burguesa y decimonónica, que rara vez no
estaba llena de pintadas politizadas de todo tipo, donde nació otro
españolísimo. Quijotesco, vilipendiado, ultrajado y maldecido: Don
Manuel Azaña. Presidente de la II República española. Es la "calle de la
Imagen", en honor al convento de las carmelitas, una singular vía
española. El visitante que acude los domingos a Alcalá no suele advertir
su importancia: sin embargo, pocos saben lo que laten esos 70 metros
que van desde la calle de Santiago a la Mayor. En ella laten, otra vez,
las dos Españas. En esa calle nacieron Cervantes y Azaña. Santa Teresa
de Jesús, la mística, fue priora de un convento que allí se encuentra,
en otro modelo de religiosidad subjetiva e individual: para sí. En ese
espacio urbano mínimo, a ras de tierra, late una España: la que habla,
la que dialoga, la que escribe, la que razona: Cervantes, Azaña y Santa
Teresa. Sin embargo, en esa misma calle, queda bien claro quien es el
que manda: la cúpula del convento de la Magdalena, que se alza al cielo,
cae al medio de la calle, en perspectiva, con una clara
intencionalidad. El de imponerse a todos los demás: el Pensamiento
Único, los claustros, Trento, la ignorancia, los que rezan y el
oscurantismo. El nombre de la calle es sintomático: habiendo nacido en
ella Cervantes y Azaña, lleva como nombre la de un convento. Siempre he
dicho que para visitar Alcalá de Henares lo que hay que hacer es admirar
las perspectivas. Los puntos hacia los que confluyen los ojos. Allí se
encuentran las verdades españolas. El oprobio se sitúa a ras de tierra.
Todos los intentos por rehabilitar la figura de Don Manuel Azaña, el
político burgués, intelectual y republicano, se hacen imposibles. Es por
ello que yo, aquí, voy a tratar de exponer su pensamiento político. Hoy
con pequeñas pinceladas. Era Azaña un platónico, un español hasta las
cachas, que abogaba por ideas que ahora son del todo arrumbadas: El
estado laico, la refacción de España, la reivindicación de la
civilización y de la modernidad, junto con la reivindicación de lo
humano para el español. Los salvapatrias condenaron a una mente
preclara, un defensor de las ideas mediante el diálogo, al ostracismo.
Mediante soflamas interesadas, medias verdades y mentiras interesadas
que tenían como objeto eliminar una cosa: La verdad, la claridad y el
diálogo socrático para alcanzarla. La verdadera realidad en la que vivió
Azaña era la de una España que no atendía a esas razones, en una de las
mayores perversiones que puede sufrir una democracia: que un gobierno
posterior no respete en nada lo realizado por un gobierno anterior, en
momentos donde el antagonismo se vuelve atroz y los odios se enconan.
Pocos eran los preparados para entender a Azaña. Como pocos son los
preparados para entender a Cervantes... y al Quijote. La II república se
encontró débil desde el inicio: tratar de separar la Iglesia del Estado
era inconcebible para los que mandaban. Eran incapaces de entender, y
aún hoy lo son, de que la religiosidad, la confesión religiosa pertenece
a la conciencia individual; y que, por tanto, la Iglesia y no el Estado
debía atenderla. Ese fue el pensamiento de Azaña que las cavernas eran
incapaces de transigir. En momentos como el de hoy, 30 aniversario de la
Constitución Española de 1978, el oscurantismo sobre la figura de Azaña
es aún cruel, y el Pensamiento Único impera hoy, como siempre. Azaña
acabó como todos los que tienen razón y dicen verdades: condenados a
beber cicuta. Pero murieron buenos, no como otros, que bajo tierra santa
guardan sus huesos. Hablar hoy de una república democrática es como
poco una aberración, condenando a los que tienen ese pensamiento y esas
ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Repitamoslo: Azaña era un
burgués, un republicano y un intelectual. Un español y castellano hasta
la médula. Una salva para mi compatriotas Azaña, Cervantes y a todos
aquellos que han visto la luz de la filosofía fuera de las cavernas.
ALCALÁ DE HENARES LO ESPAÑOL, Y LA CRISIS FINISISECULAR DE 1898
Siglo XVI
Siglo XVI
Son las calles de la vieja Alcalá de Henares testigos mudos y doliente
de lo “español”. De lo genuinamente español: de eso que hierve en las
entrañas y que llora apasionado con un niño muerto en brazos, arrebatado
por las balas y por el odio. Ya he señalado en otras ocasiones como
esta vetusta ciudad cobra significado de nuestra Historia común. Desde
el poblado íbero de Iplacea, pasando por el cruce de caminos romano de
"Compluto", y la frontera natural que supone la alcarria del Henares a
los reinos de Alá. Sin embargo, su esplendor llegó con la fundación de
su Universidad, al socaire de los aires culturales del Renacimiento
europeo. La clarividencia de Cisneros, confesor de la Reina, hombre de
Estado y Regente del reino católico, previó la reforma necesaria del
clero ignorante y zafio. Se acudió a las fuentes claras de cristianismo,
a los padres de la Iglesia, y la Biblia fue objeto de estudio humano:
el “Renacimiento español”, aunque éste no adquirió el significado que
hoy se le da y que no se sustasnció hasta siglos más tarde, es sinónimo
de Alcalá de Henares . La gran habilidad de Cisneros fue hacer a Alcalá
en todo un centro del saber moderno, único en Europa: La teología se
estudiaría, a opción del estudiante, por tres vías diferentes:
Escotista, nominalista o tomista. Ésto significaría un símbolo de
modernidad en un mundo donde la escolástica medieval había quedado
recluida al saber de los monjes en abadías. En sus largas calles,
tiradas a cordel, en sus corrales, en sus conventos, hasta hace poco
descabezados, hierven las dos Españas. La cultura del Renacimiento, de
Erasmo, del humanismo cristiano, de la vuelta a los clásicos de Grecia y
Roma, a un lado, y la cultura del Barroco, de Trento, de Felipe II, y,
otra vez, de los conventos, al otro lado. Ay! , madre Alcalá. Dos
Españas que se gestan para hundir sus pies y darse de palos, como
mostraría Goya posteriormente. Por las casas de pupilaje, por las
repúblicas de estudiantes, por los colegios complutenses empieza a
gestarse España: Lope de Vega, Quevedo, Calderón, Mateo Alemán, Vives,
Nebrija, Valdés, San Juan de la Cruz y el cerro de la Vera Cruz, monte
desolado con altiplano, que recuerda el monte de el calvario,
presidiendo los colegios. La Vera Cruz, lugar del Ecce Homo, nombre como
también se le conoce. Alcalá de Henares se constituye, así, como el
ideal de la ciudad de Dios, la Civitas Dei, postrada a los pies de la
cruz que se yergue al horizonte, como dibujó el Greco para Toledo, se
idealizaba en la que sería ciudad universitaria de sus arzobispos.
Después llegó El Barroco: los conventos, si los conventos, se alzan
sobre el plano complutense y coparon las perspectivas urbanas. La
congregaciones tratan de restar poder a la Universidad: La ignoracia,
una vez más, puede al saber. De ahí , de ese conflicto, nacerá Don
Quijote, que morira sabio y bueno si haber habitado nunca ningún
claustro; mientras, en nuestra ciudad, los conflictos teológicos se
debaten en sus aulas, así como las relaciones de Poder dentro de la
Iglesia y las herejías. Erasmo, Lutero, al principio. Después Jansenio, y
su doctrina de la justificación por la fe, contra los jesuitas,
congregación de caballeros cristianos fundados por un sopista de Alcalá:
San Ignacio de Loyola. En las calle de Alcalá, los estudiantes, con sus
manteos donde ocultan las bocas de fuego y el broquel, se dan a las
armas reconstruyendo la guerra de las comunidades y en el callejón de
peligro, junto a la posada de la parra, a duelo se baten. Empieza a
hervir, humildemente, la que será España en esas calles ilustres que ven
pasar los tercios del Rey, que paran en los bodegones. La calle de
Santiago matamoros, la más larga, se colocará en pleno barrio árabe y la
imponente cúpula de los jesuitas se colocará, desde esa perspectica, en
el centro de ella, señalando claramente quien manda allí. En otra
perspectiva dará sombra a San Idelfonso. La Alcalá barroca ha derrotado a
la Alcalá humanista; las órdenes religiosas, más poderosas, compran los
terrenos más caros, en un ejemplo de urbanismo religioso, con el afán
de que sus torres, pináculos y campanarios sean vistos desde más ángulos
posibles. Dinero, Iglesia, Claustros, Poder e ignorancia. Palas Atenea
es prohibida. El Guzmán de Alfarache, el Lazarillo de Tormes, el Buscón y
la picaresca de un reino de súbditos que se mueren de hambre, para más
gloria de un imperial Rey, se gestan en Alcalá.... En una humilde casa,
al lado de la que se muestra como tal, la de la calzonera, nace un niño
llamado Miguel. De mayor luchará contra el turco, junto a Juan de
Austria, en Lepanto, donde quedará manco. Y hará cosas más grandes.
Morirá pobre, lisiado... y con los años pasará a ser el mayor Ingenio de
las letras humanas, en la obra más Universal del arquetipo español: El
Quijote.
1898
1898: Ha quedado Alcalá de Henares largos
años a trasmano; a la retaguardia de lo español. Ser alcalaíno, como
Cervantes, como Azaña, el patriota republicano, significa ser español
hasta la médula, hasta los tuétanos; pero una clase de español algo
diferente: un español lúcido, un español consciente de su ser. Unamuno
recorrió la ciudad del Henares cuando ella era ya un solar triste,
somnoliento, rural y carpetovetónico. Triste, si triste. Las murallas
que envolvían la ciudad se caían a cachos y los edificios que fueron
Universidad se derrumbaban y desaparecían. Aquellos antiguos colegios
esperaban a los estudiantes que, parecía, nunca volverían. Un triste
tren, de vez en cuando, pasaba por un Alcalá decimonónico, donde, en una
de sus posadas, se recrea “el sí de las niñas”, de Moratín. La
desmortización liberal, el centralismo, la eliminación de los viejos
fueros condenaron a la ciudad... pero todavía había cosas peores.
Alcalá, modelo de ciudad universitaria para el nuevo mundo, en un mundo
colonial basto perteneciente a reyes ineptos y de súbditos que se morían
de no comer se convirtió en una pobre ciudad rural de edificios
ruinosos: como lo fue toda la España finisecular. Una ciudad donde solo
mandaban cuatro: el cacique, el cura, el médico y el boticario. Los que
se reunían en el casino a jugar al Mus en el Casino, para hablar de
regeneracionismo, pero no mover un dedo, en verdad ! Con lo bien que
sabe el anis y el Brandy!A lo lejos, desde el cerro del Ángel, se divisa
el caserío, que se derrumba, de cúpulas decrépitas, de relojes parados,
de torres caídas y espadones sin campanas. Al atardecer, los braceros
hastiados de la siega -su única temporada de trabajo- acudían de los
campos; y las mejores familias paseaban por la calle del comercio. Las
mujeres con sus vestidos de tul, sus encajes, sus corpiños, sus
sombrillas y sus monederos colgando, compran roscas de Alcalá en las
tiendas y son chicoleadas por los militares de repmplazo que ahora
ocupan los hundidos edificios. Los señores, en el casino, aburridos,
juegan al mus y, recostados en sus sillones, hablan de política cuales
Menéndez y Pelayos: mucha palabra y pocas soluciones para una España que
lleva el paso de un carro. La única industria que hay en esa Alcalá que
visitó Unamuno es una fábrica de ladrillos, parada casi todo el año.
Mientras, los labriegos, los braceros y los obreros sin trabajo están
lampando, mientras las viejas que mean de pie, buscan algún gato o rata
para hechar al caldero. Se va haciendo de noche. Llegará la noche. Y la
tormenta. Las sombras de “el Viso” dejan la alicaída ciudad, otrora
brillante, en penumbra. Alguna vez, algún carro, entra en la ciudad a
esas horas y un perro en sus calles, empedradas con cantos redondos,
ladra solitario. ¿Qué era España en 1898? Se preguntan todos con
tristeza. Las viejas monjas en sus conventos, el ejercito acuartelado en
viejos colegios que se caen y las putas. En Alcalá de Henares, mi
Álcalá, putas, monjas y militares. Nada más quedaba. Alcalá de Henares:
reflejo todo de la España toda, que sufre y llora. Las monjas, con sus
garrapiñadas, rezan en los conventos. Sus jóvenes sin dinero para pagar
su excedencia, también: es el sorteo de quintas, y los ejércitos se
baten en Cuba, en África, y en Filipinas, luchando por una España que
nadie sabe lo que es ya. Los que fueron subditos del rey de las Españas,
se aburren sin nada que hacer, y sus estómagos vacíos, claman por las
tierras circundantes muertas con el afán de trabajarlas Las viejas, en
el camino de Guadalajara o de Madrid, se calientan vendiendo a algún
despistado transeúnte sus dulces almendras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario