martes, 4 de noviembre de 2014

"Discursos políticos", de Ortega y Gasset. Alianza Editorial.


Texto de 2009


Continúo hoy con uno de los libros que me causó un considerable impacto en su día y en virtud del cual inicié el descubrimiento de una de las épocas más apasionantes de la historia política española reciente: la que va desde la crisis finisecular (1898) hasta la II República (1931-1936). Con todos los antecedentes, pues, a la misma crisis, hasta las consecuencias de tan grave ruptura de la convivencia civil y política española, significada por el conflicto bélico civil. Conflicto de graves consecuencias y necesario entendimiento al día de hoy. Este libro son los “Discursos Políticos” de Ortega y Gasset, recogidos en volumen por Paulino Garragorri. Si, como dicen, Ortega es un semillero de ideas, para mí la lectura de este libro significó el inicio de una madeja y un feliz descubrimiento. La actividad política de Ortega había quedado condenada al ostracismo por la política cultural de la dictadura nacional-católica, cuyo generalato había recaído en Francisco Franco; es por ello que la actividad política de Ortega significó un descubrimiento vívido, y circunstancial –como él solía decir-, de la experiencia política en la que intervino. A mí me supuso una toma de contacto muy real con la actividad política de la época en la que formó parte -los debates parlamentarios-, y digamos que abrió el hilo al estudio de los acontecimientos, históricos y políticos. Luego descubrí los de Azaña, que me dejaro tumefacto, en primer momento, y lívido después. Siendo bueno Ortega, Azaña dió en el clavo. Ambos eran de la generación de 1917. La calidez, la persuasión, la excelente calidad oratoria y el lenguaje empleado permitían sentir de cerca, digamos como si se le oyese, la voz de Ortega. Desde las conferencias políticas en el Ateneo, o en el Sitio de Bilbao, hasta sus intervenciones en el Congreso, permitían descubrir la voz siempre reflexiva y el ánimo pedagógico y constructivo con el que participó en la vida pública. Pero aún más, este libro me sirvió para descubrir cuáles eran los debates candentes a los que la vida política española se desplegaba. Por eso recomiendo su lectura, como una buena manera de entrar en aquella época histórica y descifrar hechos que aún no están resueltos, como es el caso de la intervención de Ortega al tanto del Estatuto Catalán o el Discurso sobre “La ciencia y la Religión como problema político”. El descubrimiento de estos discursos significó para mí, en su día, un descubrimiento de una actividad pública en este país que ignoraba hubiera acontecido; y me imagino que su publicación en las épocas de transición a la democracia hubo de causar semejante descubrimiento a todos aquellos que trataban de hacerse una composición de lugar sobre los hechos acaecidos y tan poco y mal explicados. Si Unamuno no era del todo conocido, al estar prohibido sus obras más importantes, como era “la agonía del cristianismo” –y que explica muy mucho la naturaleza del régimen e, incluso de la Guerra – tampoco era conocido la actividad política de Ortega. La conferencia primera sobre los problemas nacionales y la juventud, ofrecida en 1909, en el Ateneo por un joven Ortega es la primera participación pública: en aquel lugar donde la joven intelectualidad aparecía disidente al sistema parlamentario liberal de la Restauración de Cánovas. En ella se advierte la preocupación por los problemas de España y, a su vez, la postura que tomará uno de los miembros de la Generación del 17, como lo es Ortega, y el espíritu que impregnará a éstos; como también acontecerá con Azaña; con el cual tengo, en política, mayores simpatías faciles de comprender: es acalaíno y jugó de niño en las mismas calles complutenses que yo, rodeado de espadones de la Contrareforma: es por ello que considero que Azaña iba más certero: conocía el dificil debate teológico complutense, y aunque Marcel Bataillón aún no había escrito su libro sobre Erasmo, Azaña lo intuía. Los sucesos de 1909, la semana trágica de Barcelona, son los que despertarán al joven Ortega por la intervención en política, en la que verá una necesidad de Pedagogía política; la guerra de Melilla, así como la intervención gubernamental de usar el aparato del estado, infringiendo un desaforado ataque al Estado de Derecho en su actuación, despiertan al joven Ortega. Y despiertan a lo que para él considera un problema generacional: lo jóvenes son los que han de dar impulso regenerador, ante unos viejos que han creado una democracia irreal, como es la Restauración de Cánovas, y la falta de intervención pública de la sociedad española en tal sistema político. Ortega opta por una búsqueda a la solución de los problemas nacionales: Europa. ¡Europa es Ciencia! En Europa había nacido el liberalismo; y España no era parte de él

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