miércoles, 5 de noviembre de 2014

Alcalá de Henares: un paseo por la Historia de España




En recuerdo de Alcalá de Henares; y orgulloso de ser alcalaíno y español hasta las trancas, como lo fueron Cervantes y Manuel Azaña; una ciudad donde la cultura y las calles son todo una: Góngora, Quevedo, Mateo Alemán, Jovellanos, Moratín, San Ignacio de Loyola, Nebrija, Cisneros, Erasmo, Juan de la Cruz, Tirso de Molina, Fray Luis de León, Francisco de Quevedo, Lope de Vega o, actualmente, el papa Francisco, pasaron por sus aulas o fueron rectores en colegios universitarios o tuvieron una significación axial para con la ciudad; cuna de reyes y emperadores, o lugar de encuentro en la I entrevista de Colón y los Reyes Católicos, que se desarrolló en el Palacio Arzobispal, en Alcalá; el capítulo del Temple, o aquel santo de Alcalá, San Diego, en cuyo honor se fundó la ciudad norteamericana. Alcalá de Henares es sinónimo de cultura, de teología, de tensas recitaciones y reparaciones doctrinales: tomistas contra escotistas, escotistas contra nominalistas: nunca una Universidad Española alcanzó aquel nivel ; la imprenta escupiendo libros prohibidos y herejes. Las cazas de brujas y la picota. Los profesores erasmistas quemados. !Oh! Alcalá tu si que sabes lo que es este país condenado y del demonio.
ALCALÁ DE HENARES: UN PASEO POR LA HISTORIA DE ESPAÑA

Es gratificante volver a Alcalá de Henares los Domingos por la mañana. Todo su casco histórico, hace años cerrado al tráfico, se convierte en peatonal y los madrileños de la capital, aprovechándolo, acuden en tropel para disfrutar de la vieja ciudad complutense. Parece que se han dado cuenta que a su vera tenían una ciudad patrimonio de la humanidad y, por fin, la han descubierto para venir a tomar las cañas y, a la vez, disfrutar de un recinto histórico cultural sin parangón en Europa. Me es muy difícil significar aquí todo el amor que siento por esta ciudad, los largos paseos que por sus calles he dado y como me interesé por cada piedra. Me es muy difícil significar aquí, además, qué es Alcalá de Henares y porqué merece la pena visitarla. El día que concedieron el título de Patrimonio de la Humanidad a Alcalá de Henares, mi pequeña patria, lo recuerdo bien: caminaba yo solitario hacia la Magistral cuando las campanas de la universitaria Iglesia, privilegio compartido con la de Lovaina, comenzaron a repicar en un sonido ensordecedor. Me llegó al corazón. Y a los oídos, por supuesto. Yo había conocido a Alcalá de Henares antes de su recuperación, cuando se convirtió en cinturón obrero y dormitorio en el desarrollismo de los años 60 y 70, y recordaba los vetustos edificios viejos hechos añicos, sin comprender que había ocurrido allí. Los ojos se inundaron de alegría, pues confirmo que más méritos no podía albergar una pobre ciudad de ladrillo humilde, centro cultural europeo del XVI, derrumbada entre cenizas. Ejemplo de “civitas dei”, fue sucesivamente aniquilada por la barbarie, la sinrazón y las bombas. Recorrer Alcalá de Henares es recorrer toda la Historia de España, en toda su amplitud, con lo bueno y con lo malo, con sus tragedias, con sus horrores y con sus éxitos. De las pobres gentes azotadas por la incuria y, a la vez, el esplendor. La cultura y el drama: Las dos Españas. Esas dos Españas que luchan denodadamente en sus calles. Calles donde albergaron las tres culturas: la judía, la árabe y la cristiana. El barroco, después de Trento, quiso apaciguar la herejía que se cernió sobre la ciudad y media España: el erasmismo, la crítica feroz al clero inculto e inmoral. Trento, poco tiempo después, cambió los aires de San Idelfonso: los conventos, con todo su poder económico, trataron de copar el espacio urbano, colocando sus espadones y cúpulas con el objeto teatral de salir a la calle, imponiendo su religiosidad a la urbe. Si la Universidad representó la luz de la Reforma española y, por tanto, del Renacimiento español, los conventos trajeron la oscuridad de los claustros, que rodearon la obra cisneriana del humanismo cristiano, atosigándola por todos su flancos. Al frente el edificio de los Jesuítas, congregación creada por un cocinero del Hospital de Antezana, llamado San Ignacio de Loyola. Por los costados, la cúpula de la Magdalena, metiéndose en el campo de visión en el patio de los filósofos, o de los gorrones, con muy mala uva y con toda intención. En el campo alcalaíno laten, humildemente, todas las tensiones de la España.Y que en 1936 estallan sus ráfagas en las paredes de la Magistral, como testimonio indeleble, o no tanto, de lo que somos. Alcalá de Henares se convierte en el lugar estratégico de la defensa de Madrid. Tres batallas se desenvuelven a su derredor: Jarama, Guadalajara y Madrid. El ejército republicano, dirigido por el general Pozas, y las huestes de “El campesino” se hospeda en los conventos viejos, desamortizados por Medizaval, que vienen a descansar del frente. Alcalá de Henares es la pequeña Roma: su casco histórico alberga la mayor densidad por metro cuadrado de conventos, que sirven de cuarteles, y sus maderas sirven de calefacción. Los chatos y los moscas despegan del aeródromo, en defensa de Madrid, y en el espacio aéreo surcan los Heinkel. Las bombas caen sobre Alcalá. En la plaza de Cervantes se escava un refugio, el palacio Arzobispal, la joya de Alcalá, arde, pues numerosos documentos se encuentran allí albergados. Desde el cerro de la Vera Cruz, lugar imaginario de la barroca idea religiosa de ciudad de Dios, como la que dibujó el Greco para Toledo, se contemplan las columnas de humo de Alcalá y, a lo lejos, de Madrid. Pero ¿Quién se iba a acordar de la pobre Alcalá, patria de Azaña, y alma mater? ¿Quien se iba a acodar que la joya del humanismo español, la biblia políglota complutense se editó allí -pieza fundamental para que Lutero escribiera la suya y el movimiento del cristianismo lector de la Biblia se hiciera imparable en el Norte de Europa? ¿Quién se iba a acordar que aquí nació el mundo Moderno y el desarrollo del norte europeo, gracias a que los traductores en Alcalá tradujeron la Biblia del griego y del hebreo, comparando todos los textos disponibles. Cisneros quería, como Erasmo, un cristianismo culto, lector, y que acudiera a las fuentes puras del cristianismo. No la vida monacal, el escolasticismo, el olvido del ejemplo de Cristo, los ritos, el enclautramiento, la celosía o el celibato.Y lo hicieron para toda Europa, sí, aquí, en Alcalá -que acudió a la verdadera fuente del crisitianismo, la biblia, gracias a la políglota complutense-. El catolicismo luminoso, el ideal caballeresco cristiano que propugnaba Erasmo de Rotterdam en la más eramista de las ciudades españolas: El Enchiridión, los coloquios, los adagios, el Elogio escupido en las imprentas de Alcalá: leídos por el pueblo llano, por los laicos, por los seglares, por el público culto y el bajo. Sin Erasmo y sin Alcalá no habría Lazarillo ni Cervantes. Y que aquí, en España, se significó en el atraso posterior, la de las élites eclesiásticas, los votos de obediencia, la de los sacerdotes, los monjes, las cofradías, el barroco, la sangre y los pasos de procesión de la España clerical y dogmática -que imposibilitaba leer la Biblia a los fieles haciéndoles incultos, muy a diferencia de lo que en Europa ocurría. Alcalá de Henares fue la Universidad que más teólogos envió a Trento: !cuarenta! después de haber quemado a erasmistas, luteranos y calvinista; Ni de que su imprenta produjo los libros de Erasmo, difundiendo las ideas de la Reforma. Nadie. Por eso, cuando sonaron las campanas de la Magistral sonreí feliz. La vieja y pobre Alcalá se lo merecía.

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