domingo, 27 de abril de 2008

Alicia detrás del espejo ¿Relato de un perturbado?


Disculpen ustedes este largo prólogo expuesto antes del fondo, sobre Alicia, que voy a exponer: Creo que, hasta la fecha, voy dejando claras muestras de cuales son mis intereses y aficiones habituales; entre ellas, claro está, se encuentra el Cine, la filosofía, los aspectos morales de la política, las artes, como reflejo y búsqueda de lo poliédrico e inexcrutable que el ser humano es, o, entre otras materias más, la historia. Sin embargo, hasta la fecha, no he hablado de otra afición interesante recientemente descubierta: El teatro. Es el teatro, en especial a partir del siglo XIX, un entretenimiento, digámoslo de verdad, muy burgués; por ello, quizá, quedó relegado antaño y ligado a una minoría selecta que acudía a opulentas salas de estilos neoclásicos y, hasta diría, de lujo rococó - eso no quiere decir, por supuesto, que me refiera a las obras clásicas griegas o el teatro barroco del XVI -; sino, más bien, que era adecuado acudir de galas, sombrero de copa, capa para los hombres y pieles para las señoras y en calesa lucida a los teatros decimonónicos. Hoy en día no es muy habitual acudir al mismo, y, desde el inicio del cinematógrafo, para las clases obreras les era más sencillo y comprensible el lenguaje de las imágenes. Si es cierto que en pequeñas ciudades de provincias, en realidad como centros burgueses que son – como contrapuestos al campo – las salas de Teatro siguen siendo una de las actividades culturales más importante. No señalo esto de burgués con ningún ánimo despreciativo, ni mucho menos, pues, a fin de cuentas, no es mala vida la de un burgués: lo que persigue éste es llevar una vida confortable y eso no es, en sí mismo, mala opción vital. De hecho, yo considero que no hay mejor vida que la burguesa y, dentro de ella, liberal: cual es, sino, el mejor modo que poder dedicarse en las horas ociosas del día a la vida contemplativa, subrayado con el aire de libertad que las ciudades medianas exhalan, para buscar la verdad de mejor modo. En eso, como en otras cosas, se equivocaban los marxistas. No en vano la vida especulativa, o teorética -theoría- nace del otium que es, en contraposición, el tiempo libre que no ocupa el nec-otium. Hecho este introito, quizá más largo de la cuenta, diré que el domingo acudí a un pase infantil muy interesante en el que se representaba una versión teatral, hecha para niños, del mítico libro de Lewis Caroll, Alicia a través del espejo, cuya puesta en escena estaba a cargo de Jaroslaw Bielski. Salvo por algún defecto de sonido, achacable a la sala, he de reconocer que la escenografía y vestuario, a cargo de Agatha Ruiz de la Prada, me han parecido excelentes. La revisión del clásico, algo olvidado ya en mis anaqueles, me ha producido un agradable placer sensorial a ojos y oídos y, a la vez, me ha permitido reflexionar sobre Alicia y este relato aparentemente infantil y ya mítico. Por lo pronto, la adaptación de Bielski la he encontrado edulcorada, aunque bien es cierto, que este tenía como pretensión dirigirse a un público infantil, y que, para nada, entra de lleno en el que, a mi parecer, era el espíritu de Caroll. Sobre esto no tengo nada que decir, pues yo soy de la opinión de que las adaptaciones, más bien y muy rara vez, han de buscar el espíritu primigenio, sino el novedoso que el director quiera darle a la escenificación. La obra de Lewis Carroll has sido sometido a múltiples estudios psicoanalíticos, los cuales yo, por ahora, desconozco, sin embargo, viendo esta mañana la obra teatral noté, luminosamente, algo oscuro en Alicia a través del espejo: algo me descuadró subitáneamente. Busco en la biografía de Caroll y no dejo de encontrar en ella puntos controvertidos. Como digo la adaptación teatral a la que asistí, trataba de Alicia experimentando un camino simbólico desde el paso de la infancia a la adolescencia: tiene que desprenderse de la infancia y entrar en un mundo que empieza a formar parte de sus deseos. Sin embargo, la obra de Carroll no me parece eso: me parece más bien, todo lo contrario la visión de un hombre maduro que añora la infancia y que, quizá, trata denodadamente por no salir de ella, o de volver, o de, quizá, el mundo interno de un hombre que se aferra a una niñez ya incomprensible para él: por ello hay algo de perturbado en ello, de irracional. No me extraña que este libro fuera cabecera de los surrealistas: a las claras denota los caracteres del amour fou. De hecho yo creo que es, a las claras, una obra casi surrealista. Y no digo surrealista por un solo motivo: hoy he llegado a pensar, y no se lo tomen a mal los carrollistas si es que los hay, es que en este señor había algo turbio. Las acusaciones de pederastia que, de un modo u otro, se han tratado de velar, no del todo, no dejan de encontrar argumentos favorables en la biografía de Lewis Carroll y una posible historia Clínica, como la que Marañón hizo de Amiel se hace pertinaz. Digo esto porque viendo esta mañana la representación teatral de Alicia a través del espejo descubrí un interesante cuento sobre el paso de un estadio evolutivo. Sin embargo, viajé a mi niñez mentalmente, y descubrí que yo siendo niño y para mí el cuento de Alicia en el país de las maravillas me pareció aterrador: era, de verdad, uno de los pocos cuentos o historias que me causaban miedo ¿No les pasaba a ustedes lo mismo? Opino que no es éste, para nada, un cuento infantil. El mundo fantasioso de un niño, para el cual la realidad toda es un misterio, no es irracional, como bien saben los psicólogos evolutivos. El mundo de Alicia, en cambio, si lo es: por eso, por su irracionalidad adulta, los niños sufren terror con esa historia. Solo una mente atormentada, incapaz de sobreponerse a lo que en su fuero interno es un irracional paso de estadio evolutivo, hubiera sido capaz de escribir un cuento infantil terrorífico de veras. Porque, repito, Alicia en el país de las maravillas es el mundo interno de un ser depravado: precisamente en eso consiste el surrealismo y, cinematográficamente, en cierta medida, el expresionismo. Que Lewis Carroll se sintiese turbado por la verdadera Alicia, niña para quien escribió el cuento, es un misterio que, quizá, no se desvelará nunca. Su actividad como fotógrafo de niñas y las muestras de destrucción intencionada de muchas de ellas son otros indicios plausibles.

1 comentario:

Nautilus dijo...

Leí el artículo.
Creo que, en primer lugar, uno debe saber que cualquier expresion de una lengua natural ( o sea, una de las seis mil lenguas repartidas aqui y allá )matiza muchas experiencias. Pero es muy difícil -y peligroso- elevar todo un edificio inferencial acerca de lo que nos expresaba Lewis Carrol. Lo que esta bien claro, juzgo yo, es que Carrol era un lógico y un matematico, y su conocimiento de la realidad le permitio subvertirla en modo drástico, que plasmo de un modo magistral en Alicia Detras del Espejo. La ambiguedad, la paradoja logica, los juegos de palabras, las intuiciones semanticas, las reflexiones sobre como damos por supuesto cuando pensamos, es algo que quedará grabado de modo magistral en Alicia Detras del Espejo, y ninguna persona que realmente lo haya comprendido podria negar esto.
Saludos.