domingo, 27 de abril de 2008

Sonata de Otoño, Climenestra y Electra


Sé claramente que es lo que me gusta del cine de Bergman: ello no quiere decir que, cada vez que revisito alguna película suya, ésta me vuelve a dejar estupefacto y, hasta diría, tumefacto: carne momia, arrasado, descompuesto, desconsolado, circunspecto y roto. Si no quieren llegar a tener esa sensación para después de ver una película, se lo aconsejo, no vean a Bergman: descárguense la última americanada y así en paz y, después, gloria. Habrán pasado un rato entretenido, a lo más, e insustancial, como seguro. Eso no ocurre con el cine de Bergman: prepárense para vivir el verdadero terror cinematográfico, el de las relaciones humanas desnudas: el develamiento del interior humano, la conflictiva psique de lo que el ser humano es: el propio infierno vital. No me extraña que Max Von Sydow dijera sobre Bergman que éste era una de los intelectuales del siglo XX que más sabían sobre el ser humano: eso es cierto, por lo menos para mí. En fin, que ayer volví a ver una de esas películas de Bergman, titulada Sonata de Otoño; dice Jose Antonio Navarro, interesante crítico cinematográfico que: “todo en el largometraje es perfecto formal y dramáticamente, pero en absoluto genial, vivo”. De ello yo discrepo enérgicamente, ¡protesto!. Voy a asegurar una barrabasada, aunque yo creo que con razón: la mejor película del noventa y nueve por ciento de los directores actuales vivos queda a años luz de esta Sonata de Otoño. Ya se que no soy objetivo: a mi el cine de Bergman me subyuga. Por lo pronto, y yo creo que a cualquiera que busque es su psique le puede pasar lo mismo, no es difícil encontrar en su cine las propias heridas que le horadan: como ese instrumento, no se como se llama ahora, que es como una manivela y que en su punta, como las roscas de un tornillo, se clavan en la carne propia. Lo curioso del asunto, de las relaciones humanas casi todas, las que analiza Bergman, es que esa herramienta lacerante suele ser movida por alguien. Esto viene a concluir algo, para mí, esencial en el cine de Bergman: quien causa el daño psicológico último, el causante, no es solo el propio, uno mismo, sino que, habitualmente, es una mano prensil la que mueve, unas veces punto a punto, otras efusivamente, la manivela. Es el daño que se causan, impunemente, las personas; u muchas veces, las más, las del propio ámbito: las familiares. En “secretos de matrimonio” el director sueco ahonda el bisturí en las relaciones de pareja: de acuerdo. Pero yo encuentro que el escarpelo bergmaniano ahonda en las heridas más dolorosas, más cercanas, más intima, si ustedes quieren, las de la propia sangre. Tres son, para mí, en especial las películas tales: El silencio, Gritos y Susurros y Sonata de Otoño. No voy a entrar en la brutal “Gritos y Susurros”, donde dos hermanas que se odian a más no poder cuidan a otra moribunda; y, al final, esta última tiene como explicación de la felicidad un balancín en el bosque otoñal donde se mecen las tres hermana, balanceadas por una cuarta persona, llamada bondad y desinterés. Bergman nos deja claro después de todo, donde se encuentra la clave de tan brutal conflicto fraticida: en Climenestra, en la madre y en el juego, real o imaginado por las propias hermanas, que esta juega. En “el silencio” vemos el efecto aterrador ya en ausencia total de Climenestra: Bergman nos muestra la incomunicación entre unas hermanas que viajan a un extraño país sumido en una guerra física, que es el infierno psíquico interior que desemboca en la humanidad toda y su nihilismo aterrador. El silencio no es solamente el de Dios y que tanto aterraba a Bergman: el silencio es, además, al que los humanos, entre sí, se someten lacerándose psíquicamente. Yo puedo ver, creo que quizá por heridas propias que no vienen a cuento, la continuidad entre estas tres películas que refiero. En Sonata de Otoño el conflicto entre Climenestra y su hija estalla por completo. En este caso las hermanas han desaparecido, pero sin embargo, el enfrentamiento desconsolado es, simplemente, brutal, descorazonador, sin esperanza. Es muy natural que, para muchos, el cine de Bergman sea insufrible, aunque para mí sea formalmente prodigioso, como dijo Unamuno al tanto de su Abel Sánchez: “las gentes huyen de la tragedia cuanto ésta es intima”. Y es que, las Climenestras llegan a ser atroces, pues se dedican a mover, posiblemente de una manera involuntaria -y no se de que modo moralmente reprobable-, de una manera realmente dañina la manivela que horada el cuerpo royendo la parte más débil de la "persona": su equilibiro afectivo y emocional. Y es un circulo repetido, circular y eterno que los griegos estudiaron de modo mayestático: Es la tragedia de Electra.

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