sábado, 19 de abril de 2008

Reflexión ética filosófica sobre el capítulo XXVII del Quijote I



Como creo que puede ser de interés a los posibles lectores voy a añadir y extractar un comentario que J.M. Moisés Sánchez Pérez, profesor de Filosofía y letras, en Quintanar de la Orden, Toledo. En fin, nos dice este estudioso (el texto es suyo, que no mío) y amante de la obra Cervantina: El capítulo empieza con la identificación de Maese Pedro y su mono, pero lo capital del mismo – para Riquer todo el capítulo es capital- es la plática que Don Quijote lanza a los más de 200 hombres armados de diferentes suertes del pueblo del rebuzno con la idea de hacerles desistir de su empeño de enfrentarse con las armas al pueblo vecino que se burla de ellos más de los necesario. Este discurso que lanza a los atentos aldeanos, trata de hacerles ver que los motivos de su afrenta no son lo suficientemente justificables como para coger las armas. De esta manera Cervantes en boca de su hidalgo manchego relata las buenas razones por las que un hombre debe coger las armas, y acaba el relato con la intervención desafortunada de Sancho, quien por corroborar a su amo y para que ven lo pueril de su enfrentamiento, rebuznará, sufriendo el apaleo y apeadramiento en sus carnes y en las del caballero.

Son muchos los temas que nos sugiere este capítulo desde la reflexión ética; poro por mor de la brevedad sólo quisiera acentuar dos temas con relaciones interesantes desde un ámbito intelectual y tratar de relacionarlas con problemas actuales en una visión actual.

El primer punto es acercarse a la reflexión que Cervantes por boca de su afamado hidalgo nos hace acerca de la utilización de las armas y en segundo lugar la manera en que Don Quijote nos propone para resolver los conflictos.

En cuanto al primer punto, hemos de decir que Don Quijote impele un discurso –carácter del pensamiento político de la época- a los aldeanos que ofuscados buscan resolver sus rencillas con los del pueblo vecino a base del enfrentamiento armado –haciendo una parábola sobre el conflicto entre naciones-, en el que dicta cuándo es legítimo que tomen las armas “los varones prudentes y las repúblicas bien concertadas”: primero para defender la fe católica (De todos es sabido la manifiesta postura erasmista, humanista, salvación por las obras buenas con verdadera intención de hacer el bien y no por rezos y cultos, de Cervantes, donde Don Quijote es un claro ejemplo), segundo para defender la vida, la tercera para defender la honra, familia, hacienda y patria, y la cuarta en servicio del rey (aunque no siempre, pues apostilla que sólo en una guerra justa). Para entender lo que hace nuestro hidalgo, hemos de reseñar que para Don Quijote el uso de las armas no es algo pueril, sino cuando un país las utilice debe hacerlo por un motivo transcendente. Es por ello que las hazañas del sin par manchego tienen un carácter moral, como nos reflejan algunos pensadores: “Las armas y el fin a que se aplican responden a un ideal moral, no sólo externo (desfazer entuertos) sino interno: el brazo que sujeta la lanza no sólo debe tener fuerza física, sino fortaleza de ánimo: la cual es la cualidad del héroe. Esta lucha tiene una ascendencia histórica de la lucha interior: es la victoria sobre sí mismo”. O también, “volver a las armas es lo que quiere Don Quijote, pero con su actitud pone el acento en considerar las armas como instrumento de una virtud interiorizada, espiritualizada, en sentido moderno”.

La base del discurso de Don Quijote es, por tanto, hacer ver que el uso de las armas es un tema principal, sobre todo para alguien como él quien las toma en dos sentidos: para hacer un mundo más justo y como base de su búsqueda de la perfección moral personal. De esta manera se puede entender mejor que Don Quijote elabore un discurso contra el uso de las armas por cuestiones tan triviales como el caso de los que los toman para sofocar una burla, pues considera que este uso degrada el uso de las armas solo con fines moralmente aceptable (¿Cascos azules por ejemplo, no sé?)

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