No soy yo de los hustonianos, aunque creo que por razones diferentes a las que dieron los cahieristas. Reconozco, sin embargo, que la visión del mundo que tenía Jhon Huston no difiere del todo de la que yo mantengo: no es a ello a lo que me refiero. Señala Angel Quintana (Dirigido por… nº 345) que Huston, señaladamente, era más un cineasta de la voluntad que del fracaso. Defiende este crítico lo siguiente: que la “voluntad” que tienen los personajes que pueblan sus filmes constituyen una, aunque sea pequeña, victoria moral, pese a sus indefectibles “fracasos”. La figura del “fracasado” me resulta especialmente interesante y es, por ello, el interés que me mueve para escribir aquí sobre ello. Son muchos los personajes que, al final de sus vidas, o terminan derrotados o, más bien, tienen una sensación pareja; sin embargo, es cierto como dice Quintana, que “la aventura”, pequeña o grande, cuya etiología cosntituye la búsqueda de un éxito o un fracaso, significa la victoria para Huston suficiente que dignifica a sus personajes. Victoria que casi siempre les suele negar al final, castigándoles injustamente con el fracaso. En parte esa injusticia es la que le repochan sus detractores y bien quedó reflejado por Eastwood: Huston se constituye, salvo en una sonada excepción, en un demiurgo, en un Dios de la ficción, sumamente severo. Quizá eso era lo que les molestase en cahiers, no lo sé. Las razones, las mías, por las cuales no soy un ferviente hustoniano se encuentra, quizá, en la irregular carrera del director, donde abundan buenas películas con mediocridades, por alimenticias que sean, muy indignas. Eso sí, reconozco que “Moby Dick” o “Fat City” son dos grandes películas y, como casi todo el mundo, reconozco que Dublineses es una obra maestra, por motivos que ya desvelaré más adelante. Y aunque disfrute holgadamente con los escasos minutos de “The red Badge of Courage” y tenga a la “Reina de África” como un clásico perdurable detesto a más no poder muchas cintas de Huston: “Moulin Rouge”, “Annie”, “Evasión o Victoria” entre ellas. Aunque en todo esto hay mucha unanimidad y no descubro ningún mediterraneo. Fíjense: reconozco como más magistral una película que trata de retratar al director, como “Cazador Blanco, corazón negro” de Eastwood, que casi ninguna – a excepción de Dublineses- de sus películas. Pero no es mi intención, sin embargo, hacer un juicio, positivo o negativo, de su filmografía, sino, más bien, efectuar alguna exégesis de los que yo considero importante: la relación, o aportación, que el cine puede mantener con la vida y, por tanto, con la propia filosofía: si entendemos, de alguna manera, la concepción de “la vida”, como quería Ortega, como una metafísica o, mejor dicho, como “realidad radical” del ser humano. Repito: el Cine, como arte para entender
En las cálidas noches valxeritenses, junto a las frescas gargantas durante el estío: No nos hemos sumergido en los profundos y oscuros recovecos del alma humana. Plácidas, cálidas: noches valxeritenses. Bitácora.
martes, 29 de abril de 2008
Jhon Huston: "filosofía de la voluntad" dentro de una "filosofía sobre la vida"
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