
Voy a decir sobre mí algo que hasta la fecha nunca había dicho: soy un buscador fluvial. No voy a ocultar a nadie que he recorrido sendas fluviales de belleza inusitada. Desde sabios ríos fronteros, hasta las cristalinas aguas del Xerete. No sin más aprendí a nadar, e hice mi bautizo en la vida, en muchos sentidos, en las aguas luminosas de fondos transparentes; como también, he de decir, que luengas caminatas he hecho sobre arcillosa ribera de lento, oscuro y profundo río de peligrosos torbellinos. Conocedor soy, y bastante por cierto - más que nada por ser yo un andador nato y por pillarme, como quien dice, a tiro de piedra-, de aquella cuesta del Zulema que dista poco de la gran Compluto. Lugar en el que, como refiere Cervantes, por boca del señor cura, se encuentra encantado el moro Muzaraque que cabalgaba en cebra o alfana. Aquel río, frontera de cultura, y de sabio recorrido por humanistas ciudades fue por mi pateado en mi niñez y, en alguna ocasión, como diablura hube de subir al Zulema por donde el polvorín militar se encuentra, cruzando el puente nuevo y divisando los pilares que, posiblemente, fueron derruidos con ocasión de los zambombazos que “El Empecinado” expelía contra en invasor que profanó nuestros templos, vituperó nuestros cálices, destruyó tumbas magníficas y ocupó nuestras sagradas plazas. Buscador de río soy, como he dicho; y en las riberas donde los enamoradizos Elicio y Erastro sometían a desdenes a una hermosísima pastora Galatea y a otras ninfas preciosas yo salté a la comba. Cuenta Borges en su relato El inmortal que en el último volumen, de los seis que existen, en cuarto menor de
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