sábado, 26 de abril de 2008

Miscelánea escrita por un buscador fluvial


Voy a decir sobre mí algo que hasta la fecha nunca había dicho: soy un buscador fluvial. No voy a ocultar a nadie que he recorrido sendas fluviales de belleza inusitada. Desde sabios ríos fronteros, hasta las cristalinas aguas del Xerete. No sin más aprendí a nadar, e hice mi bautizo en la vida, en muchos sentidos, en las aguas luminosas de fondos transparentes; como también, he de decir, que luengas caminatas he hecho sobre arcillosa ribera de lento, oscuro y profundo río de peligrosos torbellinos. Conocedor soy, y bastante por cierto - más que nada por ser yo un andador nato y por pillarme, como quien dice, a tiro de piedra-, de aquella cuesta del Zulema que dista poco de la gran Compluto. Lugar en el que, como refiere Cervantes, por boca del señor cura, se encuentra encantado el moro Muzaraque que cabalgaba en cebra o alfana. Aquel río, frontera de cultura, y de sabio recorrido por humanistas ciudades fue por mi pateado en mi niñez y, en alguna ocasión, como diablura hube de subir al Zulema por donde el polvorín militar se encuentra, cruzando el puente nuevo y divisando los pilares que, posiblemente, fueron derruidos con ocasión de los zambombazos que “El Empecinado” expelía contra en invasor que profanó nuestros templos, vituperó nuestros cálices, destruyó tumbas magníficas y ocupó nuestras sagradas plazas. Buscador de río soy, como he dicho; y en las riberas donde los enamoradizos Elicio y Erastro sometían a desdenes a una hermosísima pastora Galatea y a otras ninfas preciosas yo salté a la comba. Cuenta Borges en su relato El inmortal que en el último volumen, de los seis que existen, en cuarto menor de la Ilíada de Pope, se halló un manuscrito del que, al parecer, el tribuno Marco Flamino Rufo, aventurero fluvial se embarcó en la búsqueda inusitada de los vericuetos sombríos del alma humana: Otro es el río que persigo, replicó tristemente, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres. Ríos famosos hay muchos: ríos metafóricos también; otro, sin duda celebérrimo, es el río congoleño que recorre el viejo marinero Marlow en busca de Kurtz en el corazón de las tinieblas. Francis Ford Copolla, el director de cine, ahondó en las simas profundas, oscuras, negrísimas del corazón humano y encontró “el horror”: no hay nada más terrorífico. Por ello, digo, soy un buscador fluvial: un buscador que precisa de aguas cristalinas: las aguas del Jerte; río Xerit. Río angosto, río claro: como angostas son las simas espirituales que nos atenazan a los simples mortales: su claridad desentumece frente a las frondas turbias y profundas de ríos industriales. Esos ríos de “desierto rojo”: ríos deshumanizados y desconsolados que nos pintó Antonioni. En otros ríos claros me bañe vestido en claras noches de estrellada visión, aunque más que nada por turbios elixires que me hicieron temerario o loco: sonoro resfriado pillé. Pero sí, es cierto, soy un buscador fluvial. He visto el horror y la podredumbre moral: necesito un río de aguas cristalinas, diáfano y luminoso.

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