viernes, 18 de abril de 2008

Interpretación contra maledicentes del capítulo XXVII del Quijote


Creo que la obra de Cervantes, y en especial “el Quijote”, es de obligada lectura para todos los españoles: de hecho, creo que no hay mejor defensa del españolismo que esa, su lectura y, aún más allá, su correcto entendimiento. No es difícil de encontrar a muchos que alardean de españolismo y que, a lo sumo, solo saben cuatro “latiguillos” históricos del todo incorrectos para comprender la sociología de una época, 800 años de medioevo español, por ejemplo, se zanjan con una “guerra de religión” constante; cuando de todos es sabido que las “tres culturas” convivían con mayores tiras y aflojas en el día a día; vamos que en 800 años hay muchos días y muchas gentes. En fin, no era eso a lo que iba: iba, especialmente, a la ignorancia morrocotuda que aún existe sobre ese libro tan magnífico que se llama “Don Quijote de la Mancha” donde no hay una sola palabra o frase que trate de reflejar la maldad humana; sino al contrario, es la belleza de la bondad lo que trata de defender ese libro, pese a que ya estamos hechos a chocar con “molinos de viento” y estar zarandeados por el vituperio y la villanía constante. En resolución, una de las características de la obra cervantina fue la defensa de las tesis erasmistas, que se caracterizan por la defensa de la paz, el humanismo, las letras y la vida cristiana caracterizada, no por cultos y rezos hipócritas, sino por la vida en bondad y con intención clara de hacerlo, la libertad humana y las salvación de las almas no por vida conventual sino por la intención buena de las obras. Así, Don Quijote, después de tantos desafueros cometidos muere cristianamente. La complejidad de estas tesis pueden ser difícilmente entendidas para los que zanjan la Historia de España con cuatro sandeces mal colocadas. Una muestra indubitada de las tesis erasmistas en el Quijote, como señaló uno de las más ilustres Cervantistas, Martín Riquer, es la defensa sonora que hace Cervantes por la paz en uno de los mejores capítulos de la obra:

Capítulo XVII

Donde se da cuenta de quiénes [*] eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Quijote tuvo en la aventura del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado.

Afirma Riquer que ese Ginés de Pasamonte es el autor escondido que en venganza escribió la versión apócrifa y que, Cervantes sabía quien era: pero por no revelar su nombre se venga de él en la segunda parte haciéndole responsable de la perdida del rucio y le presenta como un embaucador. Cervantes, como algunos, estaba cansado de tanta molicie como abunda y tanto malintencionado. Pero, en fin, eso es lo de menos: lo más importante es que Don Quijote aparece en ese capítulo como un consumado especialista para resolver conflictos bélicos, haciendo un discurso sobre la Paz y la tontería que significan a menudo las guerras. Para ello presenta Cervantes el enfrentamiento entre dos pueblos vecinos que bien pueden representar dos naciones europeas, enquistadas en un enfrentamiento fraticida por un rebuzno tonto. Don Quijote les llama al orden, saliendo bien parado de esta aventura y mostrando, pese a su locura una sabiduría sin par; sin embargo, posteriormente, Sancho se pone a rebuznar como muestra, no de choteo, sino de que él lo hacía en su juegos cuando era chico: los del pueblo, sin darse cuenta de la intención buena con la cual rebuzna, le muelen a palos injustificadamente (Otra muestra más del desencanto cervantino). Don Quijote, como algunos estamos, estaba hasta las narices de tanta maldad como hay en el mundo y trató de enfrentarse a ellas: actitud que la valía la derrota habitual; en cambio, él era un hombre bueno que se enfrentaba a un mundo real habitado por los maledicentes, los embaucadores, los chocarreros y los falsos.

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