martes, 22 de abril de 2008

El cine de Eastwood: mirar la vida con ojos humanos


Con el cine de Clint Eastwood tengo contraído una deuda muy especial, emocional diría. Me es muy difícil quedar reflejado aquí, en el espacio habitual en que suelo escribir mis artículos, los elementos del porqué las películas de este director me tocan la fibra. Sé que hay muchos directores más… como lo diría ¿Complejos? ¿Profundos? ¿Intelectuales? No sé: ahí están los Bergman, los Dreyer, los Ozu y algunos muchos otros que se encuentran en mi lista; sin embargo, ¿Qué es lo que tiene el cine de este señor que me llena tanto? Realmente, sí, se lo que es, pero no voy a desvelarlo por ahora… con paciencia llegaremos, si ustedes me quieren acompañar, a esas riberas sombrías que acompañan los páramos de sus arrugas: las de Eastwood, me refiero. Por lo pronto empecemos por lo emocional; y lo emocional es que desde chico tengo yo el silbido del Dólar incrustado en mi consciente, en mi subconsciente y en no se que parte más del Ello, del Yo y del Superyó. Creo que debía andar metido en el seno materno y los látigos, martillos, silbidos y galopes de Morricone ya eran escuchados por mí en sonido HI-Fi, que era por el que entonces mandaba, junto con el disco de los Eagles, de los Status Quo, Santana, Manolo Escobar y de los nuestros representantes de Eurovisión, cuando España era, por entonces, como una república báltica. En fin, que aquellas películas de Leone eran, por entonces, el orgullo patrio almeriense en España: y, claro, yo por entonces pensaba que las películas las hacían los actores principales y no los directores; bien recuerdo el lugar, y los cines, donde vi la alguna de la Trilogía del Dólar; como recuerdo que fue en la plaza de un pueblo valxeritense donde vi “la fuga de Alcatraz” en un sonado día que a un familiar mío le tocó el jamón que sorteaban los titiriteros que montaron la lona blanca, la cámara de luces mágicas y la gastada cinta rodante. Años después seguí creciendo y ese señor seguía allí haciendo de policía caza-delicuentes, armado con un pistolón: un vaquero urbano entre los cristales y el asfalto. Hasta aquí, de un modo sucinto, llegó lo emocional. Luego vino lo reflexivo: cuando me hice hombre. Sí, ya sé, suena, no sé, como si siempre hubiera sido niño: ser niño, para mí, era el cine donde aparecía Clint Eastwood; sin embargo, ser hombre, en mí, es más parecido al cine donde dirige Clint Eastwood. La maldita suerte de esa mal hadada y vil invención del doblaje impuesta por los censores no ha permitido a muchos descubrir la verdadera voz tranquila de Eastwood. Descubrir su voz es como descubrir su cine: cine que no todos conocen como no conocen su voz. El cine de Eastwood es sabio, el cine de Eastwood es sencillo, el cine de Eastwood es humano y, formalmente, es un prodigio narrativo: pero hay que descubrirlo en su esencia, la cual se me hace muy difícil desvelar aquí; pero como sé que hay algún aficionado al cine que me lee, tomen nota: Descúbranle y levanto el velo: escena por escena, películas pausadas en su conjunto e intensas fotograma a fotograma. Esa es su fórmula: Puesta en escena, “mise en scéne”, que llamaban los cahieristas, tensión dramática, eso: sencillamente eso y nada más que eso. Fíjense en la iluminación lateral del plano y los rostros oscuros a media mitad, o rostros rodeados de oscuridad: si se fijan no verán, sólo, personajes Estwodianos: verán seres humanos, con sus claros, con sus oscuros. Y descubran su esencia donde se encuentra: en su Cine. Éste comenzó con una aparente película menor, llamada “Bronco Billy”, donde un limpiabotas de Nueva York decidió volver a ser un niño, convirtiéndose en un cowboy de fantasía para recorrer con una trouppe de humanos y perdidos personajes los caminos devastados de la vida; continúo, y aquí me embalo, con ese magistral cantante country tuberculoso por los desesperadas vías de la América profunda y la depresión humana en post de un sueño: la dignidad humana; como esa peculiar banda que se reúne junto a Josey Welles, un Western pacifista. Después llegamos a la apoteosis: "Bird" y una carreta de obras maestras como un piano ¿Pero este señor escuálido, quijotesco, pistoleril y violento que siendo niño vivió la pobreza en sus carnes además, es sabio? Pues sí lo es. Y no necesitó más escuela que la de ver la vida con un tipo de mirada del que solemos adolecer: mirar la vida con ojos humanos

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