lunes, 1 de septiembre de 2008

Curso: EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS SOCIOPOLÍTICAS EN ESPAÑA.


EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS SOCIOPOLÍTICAS EN ESPAÑA.
LECCIÓN 1ª
Compuesta por Jake.


EL CACIQUE

Visto que para algunos su libro de cabecera de instrucción política fue la enciclopedia Álvarez, veo necesario iniciar curso formativo para interesados en le evolución política y social de las ideas en la España nuestra. Quien se muestre interesado puede seguir este breve curso. Y quien no: pues que siga su camino y adiós muy buenas. Cada cual ve el mundo de acuerdo a sus lentes teóricas; yo he tratado desesperadamente de limpiar los cristales de mis lentes sistemáticamente...


Hay muchos que piensan que la animadversión contra curas y párrocos es relativamente reciente. Muchos opinan que fueron las masas obreras las que allá en la Revolución de 1936 las que dieron inicio a los oprobios. Nada más alejado a la realidad y equivocado razonamiento. Todo el siglo XIX significó una censura a la teología; no en vano Augusto Comte inició un intento fructífero que cambio el mundo: “la filosofía positiva”. Conviene que tengamos esto en cuenta: el siglo XIX fue el siglo del progreso, el siglo de la democracia liberal y, en fin, el siglo de la ciencia. Una nueva corriente salpicó al mundo: “el positivismo”; la filosofía se agostó. No quiero yo ni decir que aquella fue una edad de oro: ni mucho menos. Pero lo que es cierto que aquellas ideas fueron: niéguelas quienes quieran. Es preciso iniciar y poner sobre el tapete cuales han sido la evolución de las ideas, esas que se expresan por escrito, y que hacen palanca para mover al mundo más de lo que se cree. Necesitamos saber: ¡atrévete a saber! He constatado un tremendo déficit en estas materias por aquellos que quieren hacer política y por aquellos que hablan de política, sabiéndolo todo cuando opinan y que, a la legua, se les nota que no saben de la misa la media. Los hay muchos que no conocieron más que lo que un texto escolar unos cuantos decidieron como verdad y nunca les ha dado por ahondar en los clásicos –que son los vinos del intelecto-, ni emprender horizontes espirituales más alejados de los que vieron siendo niños. Nada me parecería eso importarme si éstos no pretendiesen hacer política y hablar de política: y campear por la arena pública impunemente. Estos, y todos, nacemos en un mundo que parece puesto ex nihilo expresamente para nosotros. Las explicaciones que se nos dan nos parecen suficientes: no es preciso esforzarse por encontrar más verdades que las simples que se nos inocularon en su día por regímenes anormales en lo que los sociólogos han llamado “proceso de socialización”. ¡Tenemos que conocer!: lo necesitamos. Muchos piensan, por ejemplo, que el más tremendo drama moral que sacudió a España fue la guerra Civil. Aquí suscribimos que el drama fue humano, pero el drama moral se labró de antemano. Fue otra fecha más importante la que supuso en centro de la gravitación moral española dolorosa: 1898. La pérdida de Cuba y Filipinas. La Guerra Civil fue corolario del siglo XIX. La Restauración fue el régimen que desencadenó aquellos males. ¡Ay la restauración! ¿En que consistía? Consistía en un régimen manifiestamente localista: particularista. Muchos males están anotados en su debe. Era un régimen, es cierto, donde se mandaba en los pueblos: las localidades eran el centro político; esto hubiera sido del todo fructífero si en ellas hubiera mandado todo el pueblo. Cosa que no era así: en los pueblos mandaban “los Caciques”. No se estremezcan cuando oigan su nombre: era una realidad. Una realidad que, años ha, sigue sosteniendo muchas de las apreciaciones que sobre política se hacen en localidades de política salpicada por la incomprensión. Los caciques eran aquellos propietarios con suficiente poder como para decidir políticamente sobre todo en el pueblo: El gobernador, la justicia, la alcaldía, el orden público, las elecciones. Todo el mundo del pueblo debía ver el mundo con las pupilas del cacique. En comer estaba la ganancia: y la cadena de favores era necesaria; quien no veía el mundo moral tal y como el cacique consideraba estaba condenado al ostracismo: a la miseria. No en vano muchos veían en el oligarca la manera de sobrevivir y se adecuaron a sus imposiciones sin más ni más: era necesario para ellos y una postura pragmática. No eran necesarias elecciones: con el voto del cacique valía. Esto no quiere decir que no hubiera elecciones: haber las había: pero todos votaban lo que el cacique disponía que se votase. Fué curioso el nombre que se le puso a aquello: el "pucherazo". Como no había control sobre lo que en la mesa electoral se hiciese el que allí controlaba era el que mandaba y punto. Pues así estaba hecho el mundo desde que es mundo. En el pueblo había otros representantes egregios ante los cuales el cacique debía mantener buenas relaciones: el médico, el boticario y el párroco (los maestros llegaron después: en la II república. El régimen posterior los unío al triunviriato controlado). Los dos primeros eran los representantes de la ciencia y sus progresos: eran los representantes del positivismo; y por regla general eran “los liberales”. El párroco era el representante espiritual de la vida eterna prometida y del mantenimiento del status quo: del inmovilismo. El resto del pueblo: ni pinchaba ni cortaba. No eran nada políticamente. Este régimen estaba condenando la política nacional: los caciques veían todo lo “nacional” como alejado de sus pretensiones más cercanas: dominar en el pueblo. Imponer su modo de ver el mundo a los demás. A “los liberales” les tenía controlados y a éstos hombres de ciencia poco les preocupaba mientras no rompieran sus microscopios. El párroco no le producía ningún daño a sus intereses de dominio local: era su aliado. Vivía el cacique feliz con el sistema: la política, en su pueblo, era él. Los que le bailaban el agua les iba bien: a los que no: ¡Ay a los que no! Nadie osaba rebelarse a tan egregia porte. La consecuencia de ello fue explícita: no gobernaban los mejores. Aquel sistema era una “Oligarquía” y no una “Aristocracia”. Para los grandes problemas nacionales se retrotaían al imperio, a las armas oxidadas de hollín luengos años depositadas, a Carlos V y Felipe II: y poco más le importaba: fuimos imperio. Y ese fuimos imperio nos trajo el mayor balara palo que como nación nos supuso: la pérdida de las últimas colonias. Vale tener en cuenta estas aseveraciones, muy apretujadas, para conocer lo que las cosas fueron, para comprender lo que las cosas son. Y porqué algunos continúan con esa “vieja política” y porqué algunos piensan como piensan.

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