Suele ser la economía una críptica materia para los mortales lectores. Las acenzanchas habituales de los ciudadanos a pie son otras: pagar la hipoteca, llenar el depósito de gasolina, la ropa y el calzado y la comida de todos los días, por supuesto. Y todo esto es lo que se está poniendo en solfa. Elevarse y hacer análisis de asuntos más amplios y complejos, como el análisis de los Presupuestos del Estado y su incidencia en la macroeconomía, es como pedir a un melón que pase por una verja: como para rasparse las meninges está fulanito y zutanito. Y esta estrujamiento económico, sufrido por mi el primero, es digno de respeto toda queja que se hiciese. No pasaría nada si de esta queja no se pasase a hablar de política y, a algunos, no les escuchásemos decir las majaderías habituales. No ves, le dice Pepe Gotera, peón de derechas, a Otilio, oficial albañil de izquierdas, que “con los del PP todo va bien y que con el PSOE todo va mal, todo sube y es la ruina”. Está claro que todo el mundo sabe de política y tiene derecho a hablar y expresar sus opiniones; solo que unas opiniones son aristocráticas y otras no. No se crean que entiendo la aristocracia en el viejo sentido de las clases ociosas: ni mucho menos. Las aristocracias que me interesan son de veras trabajadoras: son las que tratan de ver el mundo lo más claro posible y son los que buscan que no se las den con queso cada vez que se agachan. Vamos, que puede ser aristocrático un tipo que viva en un tonel, como Diógenes, si le sirve para ver el mundo más claro. Y es que hay algunos que hablan sobre “trabajo”, que se les llena la boca, y se escucha cada tertulia de risión que no te menees. Es curioso como los hay cínicos, cuya etimología deriva de Kynicos, - que significa, fijénse, “aperrados” -, que saben de la vida más que esos que se jactan de trabajadores. No hay cosa de la que yo haya más reflexionado que sobre “el trabajo” y los “trabajadores”, de veras; y para mejor comprender sobre ello he escuchado y leído de todo. Desde la conversación más mínima y simple hasta a Theodore Caplow y su sociología del trabajo, de veras. Una de esas conversaciones falaces y mínimas la he escuchado esta mañana. Escuchen el argumento, que es verídico: “Una manera de reducir el desempleo es que todos aquellos que están trabajando y no quieren trabajar –léase perros- se apeen de sus trabajos, para los que estamos en paro y sí queremos trabajar – léase trabajadores- pasásemos a la ocupación”. Toda la terminología política que algunos tienen es esa; y sobre ella montan sus parruchadas, no comprendiendo que eso de "trabajador" tiene un diferente punto de vista subjetivo: el punto de vista del que trabaja para otro y el punto de vista del que los que trabajan para él. Siendo lo mas bonito el que trabaja para sí. Y es que se confunde habitualmente el culo con las témporas, como no podía ser de otra manera; y los hay que toda su reflexión política, repito, se refiere a esto de ser “trabajador” o “perro”. para mí, la diferencia esencial es otra. Esta: entre ser “ceporro” o “Aristócrata”. Así, la concepción política que pueden tener unos u otros cambia de cabo a rabo. Algunos han entendido que ser “trabajador”, en el sentido de la ética del trabajo –la cual tiene menos años comparada con la historia de la humanidad de la que se piensa-, de ser activo, es la que mejor casa con los valores de derecha. El argumento es peregrino y simple, propio de los sentados en el fondo de la caverna. Los psicólogos han estudiado muy mucho cuales son las variables que influyen en esto de la motivación al trabajo, desde McGregor, con su teoría X e Y, hasta por la simple pirámide de necesidades de Maslow; lo que quiero decir que todo es más complejo: y que las opiniones tienen diferente grado de complejidad. En fin: la ética del trabajo es más compleja de lo que se supone y no voy a pasar a analizarla a ahora. Si que voy a hablar de “los cínicos”: Los cínicos eran unos tipos admirables: no se crean. He cogido de la Wikipedia lo siguiente: tenían, encabezados por Diógenes, una idea radical de libertad, de desvergüenza y de continuos ataques a las tradiciones y los modos de vida sociales. Me imagino que porque en su mayoría veían que los modos de vida sociales y tradiciones son, de una manera más acertada de lo que se piensa, de la siguiente forma: hipócritas. Muchos ven a estos cínicos como subversivos de izquierda y que, por tanto, vagos y perros. Aunque no se si se han mirado al espejo y se han visto los espumarajos que ellos tienen en la cara. La cosa se les pone difícil cuando los subversivos de izquierda somos trabajadores, cínicos, estoicos, aristócratas, y encima, sabemos hacer lo que ellos no saben: sabemos vivir. Y además cuando opinamos, no decimos majaderías ni simplicidades, que es lo que mas les fastidia. Tenían los pitagóricos una regla en su escuela, la cual yo he recogido de un libro de un autor latino bello, llamado Aulo Gelio, una regla singular: en aquella escuela estaba prohibido hablar, ni siquiera para hacer preguntas, a todos los alumnos que no llevaran al menos tres o cinco años escuchando a sus maestros. Una vez de aprendido a escuchar, y de haber aprendido simplemente, se podía empezar a opinar y a lanzar opiniones. Sabia regla la de los pitagóricos. ¡Cuántos rebuznos nos ahorraríamos de escuchar!
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