Texto homenaje a la izquierda burguesa e intelectual; a la que algunos llaman con desdén progres-aburguesados.
Tal y como les dije el otro día, iba a continuar hablando sobre economía. Solo que, con un pequeño matiz: las cosas dan vueltas y de un hilo sale otro, y de otro: otro. Para comprender lo que ocurre en el mundo, si es que somos capaces de ello, hay que hilar muy fino. Incluso así es fácil pincharse y eso, de por sí, no es malo: es un síntoma de que, al menos, estamos hilando algo. Hay muchos otros que se encuentran en la inopia, que es como decir que ni hilan ni cardan la lana. Viven, que no es poco. Y hacen bien, porque no preguntarse por el sentido de las cosas y descansar en vidas sencillas es muy virtuoso. No lo es en cambio cuando el que vive en la inopia se convierte en borrego. A los borregos: palos. Hace poco el premio Nobel de Literatura, José Saramago, daba un rapapolvo a las izquierdas, las cuales han quedado dormidas los últimos años. En eso tiene bastante razón, pues atrás quedaron los gloriosos años que dieron con el Mayo de 1968, la revolución de los claveles, la lucha contra Franco en la clandestinidad de las UCM, las películas de Jean Luc Godard, los libros de primo levi, y las críticas sociales de los hermanos Taviani (como su película Padre, padrone)… Hablo de la burguesía izquierdista e intelectual que el mayo francés impregnó al mundo. La crisis del petróleo, como digo, cambió un modelo paradigmático en los patrones de cambio internacionales y dio lugar a tres décadas de signo neoliberal. Tres décadas, la de los 80, 90 y principios del nuevo milenio que ha apaciguado a la juventud contestataria burguesa y de izquierdas y que en la década de los 60 y los 70 bullían en las Universidades Europeas. El rapapolvo a las izquierdas debe ser sonoro: tres décadas de neoliberalismo, de Thacher, Bush, Wall Street, y la hoguera de las vanidades (Tom Wolfe). En lo intelectual triunfaron los Friedmman y los Hayek, en norteamérica los neocons, que con su fundación FAES Aznar quiere expandir cerca de los lugares donde nació la Institución Libre de Enseñanza. Y se hicieron fuertes intelectualmente en España, através de las facultades de economía y empresariales. Una nueva cultura del éxito. Una cultura que se enfrenta al hedonismo del que, y se que pocos me conocían así, soy partidario: soy un eudamonista desde bien pequeño. Desde que aquí, en España, a principio de los ochenta, teníamos un programa infantil-juvenil digno de aplauso: La bola de cristal. Uno de sus personajes, la bruja avería, hacia una acertada disección ¡Viva el mal! ¡Viva el Capital! Una oposición intelectual de izquierdas se hace precisa. No porque no adoremos las cosas virtuosas de la técnica moderna, los teléfonos móviles, los PC portátiles, la Internet… y otros ingenios del mundo globalizado, sino porque es preciso que ese capitalismo sirva para mejorar la vida en el mundo. Su máximización necesita de determinados diques que lleven el agua a un mundo mejor para más gente: diques intelectuales puestos a los mercados. Una crítica de las que no podemos pasar por alto es la que nos lleva este mundo globalizado en lo económico. La globalización consiste en que los capitales, los dineros, no tienen fronteras: no se le piden pasaportes. En cambio a las personas, para pasar de país, e instalarse en otro si que se les exige. Eso constituye una moral con doble rasero. Es preciso que volvamos a comprarnos la pipa de Bertrand Russell y ponernos el reloj de esfera de Sastre. La izquierda intelectual debe recuperar el lugar moral que le corresponde y defender todo lo que en ella es esencial: el pacifismo, el socialismo individualista, la mordacidad y la ironía contra las religiones e ideologías políticas absolutistas, la militancia racionalista. Y, por supuesto, las contradicciones, que, filosóficamente, son lo más educativo de todo (Savater).
Tal y como les dije el otro día, iba a continuar hablando sobre economía. Solo que, con un pequeño matiz: las cosas dan vueltas y de un hilo sale otro, y de otro: otro. Para comprender lo que ocurre en el mundo, si es que somos capaces de ello, hay que hilar muy fino. Incluso así es fácil pincharse y eso, de por sí, no es malo: es un síntoma de que, al menos, estamos hilando algo. Hay muchos otros que se encuentran en la inopia, que es como decir que ni hilan ni cardan la lana. Viven, que no es poco. Y hacen bien, porque no preguntarse por el sentido de las cosas y descansar en vidas sencillas es muy virtuoso. No lo es en cambio cuando el que vive en la inopia se convierte en borrego. A los borregos: palos. Hace poco el premio Nobel de Literatura, José Saramago, daba un rapapolvo a las izquierdas, las cuales han quedado dormidas los últimos años. En eso tiene bastante razón, pues atrás quedaron los gloriosos años que dieron con el Mayo de 1968, la revolución de los claveles, la lucha contra Franco en la clandestinidad de las UCM, las películas de Jean Luc Godard, los libros de primo levi, y las críticas sociales de los hermanos Taviani (como su película Padre, padrone)… Hablo de la burguesía izquierdista e intelectual que el mayo francés impregnó al mundo. La crisis del petróleo, como digo, cambió un modelo paradigmático en los patrones de cambio internacionales y dio lugar a tres décadas de signo neoliberal. Tres décadas, la de los 80, 90 y principios del nuevo milenio que ha apaciguado a la juventud contestataria burguesa y de izquierdas y que en la década de los 60 y los 70 bullían en las Universidades Europeas. El rapapolvo a las izquierdas debe ser sonoro: tres décadas de neoliberalismo, de Thacher, Bush, Wall Street, y la hoguera de las vanidades (Tom Wolfe). En lo intelectual triunfaron los Friedmman y los Hayek, en norteamérica los neocons, que con su fundación FAES Aznar quiere expandir cerca de los lugares donde nació la Institución Libre de Enseñanza. Y se hicieron fuertes intelectualmente en España, através de las facultades de economía y empresariales. Una nueva cultura del éxito. Una cultura que se enfrenta al hedonismo del que, y se que pocos me conocían así, soy partidario: soy un eudamonista desde bien pequeño. Desde que aquí, en España, a principio de los ochenta, teníamos un programa infantil-juvenil digno de aplauso: La bola de cristal. Uno de sus personajes, la bruja avería, hacia una acertada disección ¡Viva el mal! ¡Viva el Capital! Una oposición intelectual de izquierdas se hace precisa. No porque no adoremos las cosas virtuosas de la técnica moderna, los teléfonos móviles, los PC portátiles, la Internet… y otros ingenios del mundo globalizado, sino porque es preciso que ese capitalismo sirva para mejorar la vida en el mundo. Su máximización necesita de determinados diques que lleven el agua a un mundo mejor para más gente: diques intelectuales puestos a los mercados. Una crítica de las que no podemos pasar por alto es la que nos lleva este mundo globalizado en lo económico. La globalización consiste en que los capitales, los dineros, no tienen fronteras: no se le piden pasaportes. En cambio a las personas, para pasar de país, e instalarse en otro si que se les exige. Eso constituye una moral con doble rasero. Es preciso que volvamos a comprarnos la pipa de Bertrand Russell y ponernos el reloj de esfera de Sastre. La izquierda intelectual debe recuperar el lugar moral que le corresponde y defender todo lo que en ella es esencial: el pacifismo, el socialismo individualista, la mordacidad y la ironía contra las religiones e ideologías políticas absolutistas, la militancia racionalista. Y, por supuesto, las contradicciones, que, filosóficamente, son lo más educativo de todo (Savater).
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