martes, 28 de octubre de 2008

Sobre historia y revisionismo. La guerra civil española


Nos comentan los historiadores que el larguísimo secuestro de la historia contemporánea por parte de la dictadura ha tenido efectos devastadores sobre la historiografía autóctona. Para empezar, el triunfalismo, desde “la victoria”, la condena y el oscurantismo de los tiempos que precedieron la sublevación militar de 1936, hizo que buen número de estudiosos se fueran a fases más lejanas: Como quien dice, al siglo de Oro. Los nuevos historiadores, egresados de las aulas universitarias candentes de los 60, dieron una visión con una nueva óptica. Había que recobrar los hechos olvidados: rescatar lo que fue la II República, desempolvar los discursos políticos perdidos, como los de Azaña, Largo Caballero, Ortega. Analizar los hechos y causas acudiendo a fuentes directas y claras y advertir la literatura, el periodismo y las artes de la época. Todos estos estudiosos trataban de develar lo que había permanecido oculto, tergiversado, a la mayoría de los españoles. Claro es que este nuevo discurso, característico de muchos de los profesores de Historia durante la transición y el primer gobierno socialista de la monarquía parlamentaria, cambiaba el discurso hasta entonces escuchado a los ideólogos de régimen dictatorial. La transición democrática, inicidada tras la muerte del dictador, llega a una nueva fase tras la derrota del PSOE y victoria del PP. Aparece un nuevo cuño de historiadores, que por ahora no califico, revisionistas de la Guerra Civil, de alero franquista, tradicionalista, y de ideología nacional-católica que trata de contrarrestar la opinión pública ambiente por parte de los historiadores de la transición ( J. Nadal, A. Carreras, C. Sudriá, García Delgado, Maluquer de Motes, Gabriel Tortella o Francisco Comín – ambos profesores reconocidos y conocidos por mí, y su obra compilada “la economía española del siglo XX”). Éstos escritores re-revisonistas bajo las dos legislaturas de gobiernos de la derecha, trataron de contrarrestar los argumentos esgrimidos desde las cátedras universitarias y de ofrecer argumentos que apoyasen las versiones oficiales de los hechos en el triunfalista y legítimo regreso de la derecha al poder. Apareció su verdadera faz tras la segunda victoria. Los César Vidal y Píos Moras dieron rienda suelta a su “victoria”, por fin democrática – ténganlo en cuenta-, a la vez que salían al mercado las Mariquitas Pérez, se reeditaban las mal llamadas enciclopedias Álvarez, los “cuéntame como pasó” contaba milongas de anestesia colectiva de la familia Alcantara y “el cine de barrio”, feliz recordación de nuestro cine patrio de niños prodigio, copaban las parrillas de la televisión pública. Yo creo que se pensaban que la centro izquierda burguesa e intelectual, progresistas aburguesados, como los llaman algunos con cierto desdén, pero en verdad gentes formadas e informada no los estaban observando con ojo crítico. No debemos, sin embargo, usar una crítica simplista a los hechos destacados por estos ideólogos, de muy popular proyección y alta cifra de ventas. Sobre lo que cuentan si sirve, desde un punto de vista histórico, para observar como las derechas interpretaban los hechos de aquella II República y los motivos que dio lugar a la sublevación y a la escisión de la sociedad. Todos sabemos que la República no fue una Arcadia feliz y que la actitud política de quienes la debían llevar a un buen puerto democrático no era posible. José Ortega y Gasset publica “la rebelión de las masas” en 1930 la más esclarecedora disección de los tiempos que se avecinaban. En eso acordamos todos. La postura de Ortega, con su frase mil veces repetida: “ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinidades maneras que el hombre tiene para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejía moral”, es esclarecedora del artazgo que supuso la sinrazón a la que nos llevaban una manada de indocumentados y mal formados españoles en materia política. Los más radicales, a ambos lados, trataron de copar la política; siendo cierto que, además, la sociedad estaba fuertemente dividida. Hablo siempre de Ortega porque me parece que este fue uno de las pocas cabezas lúcidas y personas en verdad pacífica y demócrata que se mantuvo en la tribuna de oradores. Hasta que no lo soportó más y decidió callar, cuando se dio cuenta que el, por si sólo, no podía salvar la circunstancia española. Si Ortega descansa en su Yo parece que tiene un motivo: estaba solo. En fin, hay que rescatarle. En 1925 escribe en El Espectador una disección sobre el fascismo. Eso demuestra el interés que en la sociedad española habían despertado los hechos italianos; por ello, no es creíble suscribir, con Pío Mora, que la CEDA fuera una derecha de moralidad impoluta y que todos sus componentes fueran la “gente de bien”. La experiencia ya nos muestra en que consiste la “gente de bien” y que bajo, su faz, se encuentran botarates radicales como los que más. La postura de Pío Mora sobre los hechos que desencadenaron la guerra civil no la voy a calificar de errónea, pues los hechos son los hechos más la percepción que de ellos tenga una parte numerosa, importante, e incluso mayoritaria, de la población. Con la experiencia que nos da la contemplación de los hechos sociales y políticos mas recientes, como la victoria socialista penúltima, y la interpretación que dieron los ideólogos, periódicos, políticos y opinadores de la derecha bien sirve para interpretar y re-interpretar – dando vueltas por conocer los porqués de la sinrazón- como entendió la derecha la victoria del Frente Popular en 1936. Tengo en mis manos un número de la Aventura de la Historia (revista que pertenece a la editorial de El Mundo), pero que hay que reconocerle visos de objetividad, y el libro de Pío Mora “los mitos de la guerra Civil”. Ambos abiertos por el análisis que se hace del escándalo del estraperlo. Solo queda interpretar una cosa, conocidos como se interpretan los hechos por parte de los diarios: Pío Mora es un falsante. Por eso, para mí, no es creíble del todo lo que nos cuenta hoy el ABC. La interpretación de los hechos de diciembre de 1930 y de 1934 como justificadores del golpe de estado dado en 1936, como una posible acción preventiva destinada a salvar la patria, no sirve como justificación moral al golpe de estado.

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