sábado, 11 de diciembre de 2010

El sistema educativo hace aguas. Educación y crucifijos





Una viñeta, la del diario Público, muy elocuente. Somos los padres, muchas veces, dados a meternos con el trabajo de maestros y maestras. El tema de los símbolos religiosos en las escuelas públicas, que en Extremadura hay para dar y tomar, es otra. Los sucesos del colegio Ortega y Gasset -eminente y agnóstico filósofo- en Almendralejo son un claro ejemplo Yo no sé si me equivoqué el otro día cuando escribí un cuento a la maestra de mi hijo, en "el colegio Ramón y Cajal" -eminente y agnóstico científico-, después de que trajera un dibujo de un portal de Belén, sabiendo cómo es mi hijo de los de alternativa a la religión. Después de que yo advirtiera que la única parafernalia navideña del colegio era la del niño Jesús, el Belén y ! vivan las Vírgenes del pueblo!. Bajo el busto de Don Ramón y Cajal, un portal del Belén - que es nuestra cultura-, sin más referencia a otras culturas y otras formas de celebración de la Navidad. Como por ejemplo la agnóstica. Así que le envié un cuento, hastiado de tanto Belén. Y hastiado de tener que llevar a mi hijo en coche hasta el centro todos los días, debido a que los dos colegios más cercanos que tengo en casa son dos concertados: uno la Santísima Trinidad, más conocido como las Pepas, y otro el San Calixto. Pero ni por esas. Parece que el raro sea yo, el padre que quiere armarla, el padre que se mete en con los maestros e interfiere en la educación que éstos dan a sus hijos. Después de leer el diario Hoy, y la columna donde se afirmaba que colocar papás Noel está fuera de nuestra tradición, y que nuestra tradición es la de los Belenes, me fui cargando, porque mi tradición es otra: es la de Giner de los Ríos, la de Ortega y Gasset, la de Ramón y Cajal, o la de Bertrand Russell (que también son de occidente). Pero ni por esas: que no encuentro espacio para una educación aconfesional. En las aulas crucifijos y bajo Ramón y Cajal, un Belén. Pero claro, soy yo el que voy armando el Belén y que la mayoría de los niños van a religión, y como me ha tocado una maestra católica, el Belén se incluye hasta para los de alternativa. Decidí escribir este cuento, juzguen ustedes si lo hice equivocadamente, habida cuenta que la educación hace aguas, y me dije: 1) Si lo lee en clase, es que he hecho bien en escribirlo. 2) Si no lo lee en clase, me corroboro en mis afirmaciones, el Belén se lo clavan a mi niño y la cruz la clavan en la pared. Y puse a prueba a la maestra, como la educación hace aguas, a ver si mi cuento era leído para todos, tanto para los de alternativa a la religión como los que no. Igual que la pintura del Belén había sido para todos. Y todos los días, a llevar al colegio público más cercano, que es el más lejano, a mi hijo: y sin espacio para una educación, aunque fuese, aconfesional. Nada. Quizá sea un padre que me entrometa mucho en la educación de mis hijos, no dejando trabajar al magisterio con la libertad que se merece. Claro, pensé luego, que Mesopotamia no pertenece a nuestra cultura, o Egipto, y no merece que sea enseñada para todos en su tradición navideña. Ahora me doy cuenta que lo mejor era que le colegio felicitara tal y como ha señalado "desclasado" en su blog.

EL CUENTO DE BABUT Y AMUT

Amut y Babut eran dos niños que vivían en la antigua Mesopotamia, mucho tiempo antes de que existieran los calendarios. Eran muy observadores y gustaban de contemplar la naturaleza y todo cuanto les rodeaba. Si en algo se caracterizaban era por su capacidad para asombrarse de todo cuanto ocurría. Era algo natural en ellos, no en vano su padre era un astrónomo que recopilaba cuantos papiros llegaban a sus manos. El astrónomo era un sabio de los de su tiempo y hacía cosas insólitas: predecía eclipses y, con una vara clavada en el suelo llegó a calcular los kilómetros de la tierra, en la cual era ya en aquel tiempo considerada como una esfera redonda. Tiempo después aquello se negó, pero esa es otra historia. El padre de Amut se llamaba Amatut. Todos los días salía con sus hijos al campo: les enseñaba los insectos, los árboles y, un dia, les llevó a un paraje cercano, llamado Al Monfrag, donde los Buitres Leonados, Los Buitres Negros, junto con otras rapaces vivían en la libertad de los roquedos y de los aires. Amut y Babut escuchaban todo cuanto su padre les contaba. Un día vieron enfrascados a su padre en la lectura de uno viejos papiros egipcios; y muy animosos, le preguntaban que qué era aquello que leía. El padre, en vez de contestarles, les llevó a una explanada cerca del pueblo, que se llamaba Ur, y les hizo sentarse al mediodía, desde donde se contemplaba el sol. Con un palo clavado en el suelo rayaron la altura máxima a la que el sol alcanzaba, y hubieron de darse cuenta que cada día, el sol iba alcanzando una altura menor. Algo temerosos estaban de aquel acontecimiento natural que habían descubierto junto a su padre, pues temían que el sol se introdujera en las entrañas de la tierra y desapareciera para siempre. Sin embargo, el padre, alborozado, les dijo que no tuvieran ningún tipo de miedo. Un día su padre compró copiosos alimentos y les dijo: hoy es día de celebración. Ya veréis porqué: hoy es el día del solsticio de invierno, el día del nacimiento y resurrección del sol. Ellos no entendieron que quería decir su papá con aquellas palabras, pero pronto lo comprendieron. Como todos los días fueron a la explanada y vieron algo insólito: el sol alcanzó una altura un poco mayor que la del día anterior. Su padre, el sabio Amatut, les explicó que a partir de aquella fecha, -que con el tiempo, cuando se inventaron los calendarios, se llamó 25 de diciembre - el sol nacía y resucitaba para alargar su luz durante los días. Ante tal alborozado descubrimiento, los niños Amut y Babut, comprendieron porqué en todas las casa de su ciudad Ur, todas las familias celebraban aquella buena nueva, cenando juntos. Hoy en días son pocas las familias que celebran la natividad del sol, porque las leyendas se han trastocado por otras; pero aún algunos padres son como Amatut,q ue enseñan la naturaleza a sus hijos, les llevan a ver a los buitres, o como las flores se trasforman en cerezas o el amor a las ciencias, y que tratan de estimular la capacidad de asombro de sus hijos... y que el día 25 de diciembre se reúnen para celebrar, como en la antigua Mesopotamia, que el sol empieza a lucir desde ese día con más fuerza hasta el verano. Ciertamente, son pocos... pero también tienen derecho a dar a conocer la historia de Babut y Amut, al igual que se cuentan otras historias, so pena que el amor a la observación de la naturaleza y el experimento científico no signifiquen el respeto que merecen. Y colorín colorado, el cuento de Babut y Amut, se ha terminado.


Ahora, ciertamente, creo que me entrometí en el trabajo de la maestra, yo creo que fue que aquel día llovía y hube de pasar por el colegio de la Santísima Trinidad y del San Calixto, los más cercanos a mi casa, para, a un kilómetro, llegar al Ramón y Cajal, llegar tarde y empapados niño y padre. Y entrar en el colegio, y no ver más que niños Jesús, y belenes y la pinturita del portal de mi hijo... y sin un espacio de aconfesionalidad en el centro, salvo la imagen de Don Ramón y Cajal, cimentado bajo un muy navideño Belén, y enfrentado a la Virgen de la localidad, patrona de la ciudad. Pero sí, el intransigente soy yo, que todo eso no hace daño a nadie ni molesta a nadie, más que a mí. Y otra vez, me acordé de Bertrand Russell, y de Ortega -nuestro más insigne y agnóstico filósofo- y en Ramón y Cajal, y en la Vera Cruz, que nos clavaron por tradición para después de las cruzadas.

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