martes, 29 de diciembre de 2009

El miedo


Los tres mejores libros que he leído acerca de la Guerra Civil han sido los que ofrecieron testigos oculares, in situ, al calor de los hechos, de los días, de las pasiones que se arrostraron, desde el bando gubernamental: aventureros, intelectuales y periodistas, especialmente sensibles ante la tragedia y el tremendo valor que campesinos, obreros, gente sumamente pobre, que durante un breve tiempo de sus vidas, luchó, brevemente, aunque con ahínco, con furor, sin experiencia, por un mundo mejor: por otro mundo diferente al que, siglo tras siglo, habían padecido. Estos tres libros son “Vida y Muerte de la República española”, escrita por un periodista británico del Daily Telegraph, Henry Buckley, liberal-católico especialmente sensible por la tremenda lucha que las más humildes, y pobres, de las familias españolas estaban llevando a cabo, sublevándose contra un levantamiento militar orquestado por los generales más reaccionarios del ejército español, las tropas de élites y más fogueadas: el temible ejército del África, compuesto por moros y legionarios. Sobre “Homenaje a Cataluña”, de George Orwell, ya escribí en otra ocasión; y es un testimonio fiel, honesto, sobre la guerra en el frente de Aragón, así como los posteriores hechos acaecidos en Barcelona, donde las fuerzas gubernamentales más derechistas, los comunistas, consiguen el Poder político con el objeto de cortar la revolución que anarquistas y poumistas proponían frente a la política contrarrevolucionaria y frente-populista, de carácter estalinista, pero realista, de organizar un Ejército Popular y eliminar las milicias. Un tercer libro, de carácter de epopeya, son los diarios que escribió Mijail Koltsov, periodista del Pravda, y que publicó en la URSS, siguiendo, día a día, los acontecimientos en España. Todos estos libros han aparecido en España ya sin cortapisas, tres décadas después. El diario de la Guerra de España, publicado inicialmente por Ruedo ibérico, es un libro imprescindible, por la potencia poética de un periodista con tachas de gran novelista, al estilo de los antiguos novelistas; rusos un escritor potente con hechura de novelón que, día a día, va recogiendo la terrible epopeya española. Su llegada a la Barcelona revolucionaria, el paso por el frente de Aragón y su entrevista con Durruti, la toma de pueblos aragoneses, las colectivizaciones, los tiros de fusil; el Madrid de los monos, los frentes del Norte, los derruidos parajes donde la Pasionaria anima en el frente a los inexpertos milicianos; la toma de Talavera, los combates por el Alcázar, donde los sediciosos se han acantonando, tomando a mujeres y niños; y gentes que hacía poco empuñaban el arado, las hoces, las azadas, las herramientas del campo, perdidas, inexpertas, que hacen fuego de fusilería pero que, ateridos, huyen por la carretera, en autobuses, asustados, ante los gritos de los riffeños, expertos en las cabilas: los moros que están con Franco y a Madrid quieren llegar. Las mujeres esperando en las filas de la compra, los niños cogidos en brazos, los fardos, los pañuelos, las caras de desesperación; ese Alcalde de izquierda republicana, de aldea Malpica, pueblo cercano a Santa Olalla, que dice que, en a su pueblo, no pasarán; En Oviedo, en la neblina, los disciplinados mineros socialistas, a fuego de fusilería, tomando, retomando las calles, mientras los muertos, la sangre, densa, negra, húmeda, espesa, dura, en las calles; los Heynkel apareciendo en el cielo, bombardeando sistemáticamente a los obreros asturianos, las casas destruidas, los cascotes, el frio, la lluvia, las alpargatas húmedas en una guerra que, ya en Octubre, empieza a ser larga, demasiado larga, para unos hombres curtidos en las profundidades de las minas y que, generación a generación, han bajado a las oscuridades a perder la vida. Ahora pierden la vida a racimos por algo que sienten que merece la pena. Y Madrid en la lontananza, asediado por aviones alemanes, con la esvástica en sus alas, sufriendo duros bombardeos; toda esa epopeya es narrada por Kolstov con el lirismo poético que solo un escritor ruso puede hacer. Quienes vivieron la revolución española eran sospechosos. Sospechosos de troskismo. Luego vinieron las Purgas: porque la revolución española fue, sentimentalmente, el último lugar donde los idealismos quedaron enterrados. El lugar donde, penosamente, generaciones de jóvenes comprendieron que se podía perder aún teniendo razón. Estos tres libros imprescindibles para conocer la Verdad de nuestra terrible guerra y que tan duras consecuencia acarrearon a miles de españoles que vivieron en el Miedo, en la Mentira, destruidos. Luego volvieron las fiestas de guardar y la negrura; las mantillas, las camisas azules de los falangistas, el borrado, la tergiversación, la escuela nacional-católica, la vuelta a las caciqueas locales, en un régimen pueblerino de sotanas, de Anís, de Sidra el Gaitero, de seres cavernarios que pululaban por los pueblos, a la vez que teniendo el Poder, consiguiendo los ayuntamientos, los planes urbanísticos, las Farmacias, los Estancos. Y el Miedo. El Miedo. El Miedo.

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