Es tiempo de que empiece a zanjar algunas deudas en este blog y de que aparezcan los verdaderos intereses del que esto escribe. Hace poco escribí una entrada sobre el cine de Clint Eastwood. Me ha parecido conveniente, en estos momentos, ir desgranando la filmografía de este autor, pues tengo una deuda pendiente con él. Y no es una deuda de sangre: es una deuda de amor. La imagen de Clint Eastwood que mantengo es la imagen de un señor con poncho que ocupa toda la pantalla de un cine de pueblo. De mi pueblo. En la pantalla: El árido Desierto de Tabernas, la música de Ennio Morricone y el gallinero de un cine valxeritense. Creo que sin Eastwood, sin aquel cine de pueblo y sin la “sesión de tarde” de los sábados yo hubiese sido otra persona diferente a la que ahora soy. El Cine, por aquellas fechas, solo continuaba siendo Cine y magia en los cines de pueblo. Como Cine mayúsculo fue los que vieron el estreno de Bird, la película de Clint Eastwood que relata la vida de Charlie Parker, apodado Jazzbird, creador del Bebop junto con el trompetista Dizzy Gilliespie. Hoy me imagino el impacto que debió causar aquella película entre la crítica cinéfila que la visionó entonces (1988). Yo, en aquella fecha, era aún un niño dentro de una crisálida, a punto de metamorfosearse, y disfrutaba más con las películas de Spielberg. Aún hoy lo hago. Muy posiblemente por entonces no hubiera sabido yo paladear un vino de crianza gourmet, como el que nos presentó Eastwood con esta película. Un cine hecho con mimbres de sibarita y realizado por un viejo cowboy. Me imagino, como digo, a aquellos críticos que habían puesto a parir a Eastwood. Eastwood, hasta entonces, era considerado por ellos como una “estrella” rancia de cine patriotero, creador de las sagas de policías fascitoides –ahí es nada- que nos inundaron en los 80. Cuando visionaron aquel film de Eastwood me imagino que se frotarían los ojos y se les desencajarían las mandíbulas, abriéndose anodadadas, durante toda la proyección. Al día siguiente volverían los críticos a la sala todavía estupefactos para cerciorarse de que lo que habían visto era verdad. Y, queriendo no queriendo, se les volverían a abrir las mandíbulas por segundo día consecutivo. Por fin al tercer día empezarían a degustar del vinazo que les puso sobre la mesa un cineasta que, sorprendentemente, iba madurando ¡y de qué modo! Disfrutaron ya no como soumillers, sino como auténticos amantes de Cine, enamorados, en los gallineros, de esas imágenes que se proyectan en las pantallas de los cines de pueblo. Bird no es una película de cine tan solo: es una enormidad cinematográfica. Un monumento a todo lo que es Cine. Y si se conoce la uva de donde proviene, es un placer para los sentidos cinéfilos. Siempre digo que las películas no se valoran por las emociones y sentimientos que causan tras su proyección. A las películas hay que dejarlas reposar, que queden en el recuerdo del paladar. Aún así, hay películas, como ésta – Toro Salvaje, de Scorsese, Senderos de Gloria, de Kubrick, o Trono de Sangre, de Kurosawa, también –, que son mazazos. Puñetazos endoplasmáticos. Explosión de sabores y de emociones. “El aventurero de medianoche”, para mí otra obra maestra, había pasado desapercibida y “el jinete pálido” recibió buenas críticas, por el tesón terco que mantenía este señor por seguir rodando Westerns, un género muerto y enterrado, y además seguir diciendo algo sobre ellos. Con "Sin Perdón", de la que escribiré otra crítica, remató al fantasmal y endemoniado moribundo. El “fuera de la ley”, un western pacifista, iba dejando un buen recuerdo, al ser recordada como una especie de “Caravana de paz”, muy fordiana. Lo que nadie se esperaba es que Clint Eastwood fuese capaz de rodar una catedral cinematográfica como es Bird. A Clint ya se le iba respetando en los mentideros de Hollywood como algo más que "una estrella". Pero con Bird la crítica fue unánime, aquí en Europa y, allí, en USA. Ésta fue una película rodada no para masas de consumidores de palomitas, como luego diría Eastwood en “cazador blanco, corazón negro”: fue una película hecha para cinéfilos empedernidos. Por aquellas fechas nos acababa de dejar uno de los últimos directores clásicos que aún quedaba vivo, John Huston. El cine clásico desaparecía, o casi, con su óbito. Ya no quedaba nadie de los de antes. Huston, por fin, al fin de sus días había rodado su obra maestra. Para muchos, como para mí, su única obra maestra: “Los Dublineses”. La escena final de “Los Dublineses” es una conversación entre un hombre y una mujer, un marido y una esposa, que no se aman, y que rememoran un amor de juventud que no tuvieron. La “puesta en escena” de Huston aquí, en estos 7 minutos, es magistral. Después llega el mazazo final del film: un epitafio escrito por el propio Jhon Huston para su tumba, que no pudo ver estrenado el film. Huston dió un golpe de gracia: no estaba en la sala pero lo parecía. Igual que los personajes muertos de su película. Eastwood recoge esos 7 minutos y, con esos mimbres, crea un monumento narrativo de 3 horas sobre la vida de un saxofonista de Jazz, un músico hipercreativo, adicto a las drogas: uno de los grandes músicos del siglo XX. Charlie Parker, un músico negro casado con una mujer blanca y amigo de un trompetista judío blanco. ¿Eastwood facha?. Bird es constituye, así, en un homenaje no solo al cine, sino al arte, a la música, a la vida, a la amistad, a la muerte, a las razas... Charlie Parker es el creador de un estilo infernal al hilar notas musicales: colocando notas imposibles en lugares nunca antes puestos. El “bebop”, el jazz de “after hours”, tocado por músicos aburridos del Swing en tugurios neoyorquinos en la calle del Jazz. Bird, el film de Eastwood, recoge esa puesta en escena apabullante con la que finaliza los Dublineses, y como puñetazos cinematográficos, coloca las escenas en lugares nunca antes colocados, en elipsis y contraelipsis. Eastwood, como hizo Visconti para la Ópera en “el Gatopardo”, escribe Jazz, bebop, con los planos, en una escritura cinematográfica jazzistica. Cada plano de esta película se sale de la melodía trillada de los “Biopic” –las biografías- para convertirse en unas notas, aparentemente improvisadas, en infernales riffs de Jazz y de vida. Si los Biopic -las biografías - suelen ser un cúmulo de puntos algidos de la vida rutilantes, Eastwood, con ésta película, hiende su bisturí en los intersticios, en las entrañas del personaje. Cada plano se convierte en vida y, a la vez, en metáfora del personaje y su creación musical. Ya no solo en una metáfora de autodestrucción sino, a la vez, de creación. Brutal Jazzbird. Posteriormente Eastwood hizo un homenaje a John Huston, en “cazador blanco, corazón negro”, y la crítica hacía reverencias, como pingüinos, al paso de Eastwood. Gracias Clint.
3 comentarios:
Hola:
Leyendo tu entrada me han entrado unas ganas terribles de ver la película y de desempolvar mi colección de jazz. Siento admiración por el jazz, aunque lamento no haberle dedicado muchas horas. No me he lanzado, por eso, a escribir algo en mi blog sobre este género que tanto admiro, pero tengo algún amigo que lo conoce a fondo y que también me anima a disfrutar con esta música. Con los que más he disfrutado, por ahora, son John Coltrane y Miles Davis, los de los años 50 en general. Lo que se hace ahora es muy experimental y atrevido para mi torpe gusto, pero en fin, estoy también abierto a eso. Espero tus consejos virtuales al respecto, si te place, entre los cerezos aún no florecidos.
Un saludo.
Marcos Santos
http://educayfilosofa.blogspot.com
Gracias, Marcos, por visitar mi página. Me siento honrado por ello. El Jazz me apasiona. Lo descubrí con esta película, aunque mi oído se había afinado escuchando a Carlos Santana, que tiene varios discos de Jazz Progresivo e incluso duetos interpretativos con Mahavisnu. Hoy en día no puedo vivir sin el Jazz y casi siempre está sonando en el reproductor. Creo que para clásicos es mejor empezar por Dizzy Gilliespie y la bossa nova. Astrud Gilberto o Miles Davis, sensacional, con su Round Midnight, un libro y un Whisky con hielo, son mis momentos álgidos de placer. He corregido el texto escrito esta mañana, pues lo redacté a toda prisa y tuve errores sintácticos. Ya leí tu artículo sobre los Dublineses, y aquí escribiré yo otra crítica. No te puedes imaginar la emoción que sentí en el último mazazo que nos dio Huston, con los Dublineses. Sabía que algunas de sus películas eran clásicos del cine que yo había visto de niño: El halcón maltés, La reina de África, Moby Dick, o el tesoro de Sierra Madre. Luego compré en DVD estas magníficas películas. La crítica no era muy Hustoniana, y quizá en eso estoy algo influenciado, pues los cahiers du cinema le ponían a parir. Aún así, cuando vi los Dublineses me quedé extasiado por esos últimos 10 minutos. Durante todo el film Huston trata de corporeizar al difunto amante-novio de la protagonista, su hija Ángélica Huston. A mí me parece un alter ego del propio Huston, en la pasión de la vida. El final demoledor a quien corporeiza es el propio Huston que ha dicho adiós a la vida sin aspavientos y orgulloso de haber vivido una vida apasionante. No puedo de dejar de ver las similitudes en la planificación del último diálogo entre los protagonistas y toda la puesta en escena que hace Eastwood al año siguiente en Bird. Cuando la veas ya me contarás si a ti te pasa igual.
Veré de nuevo la película "Dublineses", que compré para mi colección de cine. Los últimos diez minutos, como dices, son impactantes y me parecen una de las escenas más emotivas del cine, con esa mezcla de nostalgia, melancolía y pasión. Cuando vi la película, releí varias veces el final del cuento de Joyce y durante un tiempo tuve muy presentes aquellas palabras. Desde luego, asombra lo que la verde Irlanda ha llegado a producir en música y literatura, e incluso en filosofía durante la Edad Media.
Pero como te dije, sobre todo haré por ver Bird.
Voviendo a la película "Dublineses", también a mí me huele, claramente, a despedida, del propio Huston. Creo que es, como digo en el post que dediqué a ella, un film sobre la memoria y la nostalgia, sobre el paso del tiempo y lo irrecuperable que va quedando atrás.
Saludos.
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