miércoles, 29 de abril de 2009

Crítica de Gran Torino. Clint Eastwood

Son muchos los que advierten que el cine de Clint Eastwood está lleno de matices; en especial es el aspecto trascendental, en el sentido del Paul Shrader, que hace acercarse a su cine a lugares tales como a Bresson, Ozu o Dreyer. Ya lo comenté al tanto de “El intercambio”. Con respecto a Gran Torino no hacemos más que reafirmarnos. La depuración en ese aspecto ha sido excelente: desde el famoso plano de Dirty Harry, de Donald Siegel, en el campo deportivo vacío, donde la cámara retrocede mostrando el paisaje desolado, o la gran cruz, iluminada por detrás, en el tiroteo nocturno en los jardines, el cine de Eastwood ha transitado hacia esos detalles. Gran Torino es otra muestra, como si fueran pocas, las que ofrece el director de Bird. La historia que nos cuenta es la de un señor mayor, que luchó en la guerra de Corea, y de pensamientos patrióticos o facciosos, típico de los personajes eastwodianos que le dieron fama, y que vive retirado. Es el remedo de un Harry senil que observa todo un mundo donde no encaja, ni entiende, ni quiere entender. Es, sin embargo, en los detalles donde se alcanzan todo lo sublime de la película. Otra vez, como sus personajes, se esconde una humanidad desconcertante, y que llena tanto de matices las actuaciones de Eastwood; con personajes facciosos que esconden otro lado; y que hace que el cine de Eastwood, que una vez fue considerado como lo peor del cine patriotero americano, y que después de Bird, o los Puentes de Madison, sea amado por los cinéfilos progresistas. El cine de Eastwood es mucho más que eso, y es, como decimos, en su aspecto trascendental donde se magnifican sus historias; y como sus películas se hilan de una manera sin par. Tenemos, por tanto, otra vez al Harry, al William Munny, hecho ya un viejo senil; por ello los planos de las banderas norteamericanas, no tanto como en el escalofriante final de Sin Perdón, que ondean junto el rostro de Kowalsky. Encontramos en él a los personajes de “Cartas de Iwo Jima” o de “Banderas de nuestros padres”, y en el mismo sentido de "los Japos", o "los chinos", son percibidos en la senectud del protagonista. Tenemos el tema de “la muerte” y “la salvación” y “el descansar en paz”; junto, otra vez, el tema de la venganza y la actitud ante ella, en su aspecto trascendental. Como en el cine del oeste de Henry King. Planteamos por tanto la salvación espiritual de todos esos personajes interpretados por Eastwood, una vez que se produzca su óbito; como de hecho va a producirse con esta película, donde Eastwood actor-director ha decidido matar (¿o hablamos de suicidio?), por fin, a todos sus personajes vengativos y odioso. Si es un suicidio el que perpetra Eastwood con sus personajes no hablamos de “salvación eterna” para ellas. ¿O sí? El tema es confuso, y es la raíz trascendental del discurso de Gran Torino. El personaje acude a confesarse y habla de los tres pecados que le aturden, aquellos que, de verdad, cometió “libremente” durante toda su vida y que le han atormentado: 1) deseó durante breves instantes a una vecina y la besó una vez, unido en matrimonio a la esposa que amaba. 2) Hizo un pequeño hurto, o un pecado similar, menor que ahora no recuerdo y 3) Se arrepiente de no haber estado unido a sus hijos. Esa confesión de los pecados, muy real, es escuchada por el espectador. Pero a la vez hay otra confesión que el personaje realiza, una vez que Tao queda encerrado por una rejilla en el garaje de la casa. Esos son los detalles que hacen grande su cine. La rejilla separa al Kowalski y Tao. Otra vez nos encontramos en el pecado que atormenta al personaje, como a todos los personajes Eastwoodianos: “el matar”. Curiosamente no se confiesa ante el cura de él, sino al muchacho que le va a servir de redención moral, no sabemos si espiritual. Si la redención y la venganza son temas habituales del cine de Eastwood, que heredó de los clásicos, el aspecto trascendental lo hereda de lo mejorcito del cine europeo. La forma como este Harry envejecido atrapa a los asesinos por última vez es peculiar; la forma del cuerpo al atraparlos, en cruz, confirma lo que vamos diciendo. Al final nos preguntamos ¿Se salvará el alma del personaje? ¿Se salvará el alma de William Munny? ¿Se salvará el alma de Harry Calaham? Las obras, motivos, del personaje le procuran esa salvación; o nos encontramos ante un suicido final de todos los personajes Eastwoodianos. Chapeau Clint.

1 comentario:

Ginebra dijo...

Hola Jake, me parece que es muy acertada tu crítica de esta maravillosa película, que ví, volví a ver y escribí sobre ella también. Creo que estamos de acuerdo en todo, y quería recalcarte, copiando literalmente lo que dices (con tu permiso) este fragmento en el que creo que está el "alma" de este film y de muchos otros de Clint:
"Pero a la vez hay otra confesión que el personaje realiza, una vez que Tao queda encerrado por una rejilla en el garaje de la casa. Esos son los detalles que hacen grande su cine. La rejilla separa al Kowalski y Tao. Otra vez nos encontramos en el pecado que atormenta al personaje, como a todos los personajes Eastwoodianos: “el matar”. Curiosamente no se confiesa ante el cura de él, sino al muchacho que le va a servir de redención moral, no sabemos si espiritual".

Creo que es todo lo que tengo que decir...
¡suerte con la campaña!!!! Besos