¿Cómo es posible que un cineasta como Peckinpah -en los que todos sus
personajes son poco más o menos que, o bien prostitutas, o bien andrajosos, sucios y
borrachos carcomidos por la violencia-, cómo pudiera ser éste un cineasta tan
lírico y poético? Sus películas huelen a polvo, a desierto, a cactus, a
testosterona, a carnero, a sudor, a plomo, a relinchos, a motor, grasa, a
prostíbulo a lagartos y a serpientes de cascabel. Sin embargo, nunca
hubiera pensado que con esos elementos, y con tanto machismo, pudiera
ser tan jodidamente romántico. La escena de Hildy y Cable o la escena
tan romántica debajo de un árbol en “quiero la cabeza de Alfredo García”
son dos de las escenas de amor más bellas que yo jamás haya visto
rodarse. Ese es el cine de Sam Peckinpah. Un director que rodaba sin
camiseta, con un pañuelo (bandana) del oeste en la cabeza, gafas de sol,
botas de punta, espuelas y una botella de Bourbon. Hombre mestizo, por
sus venas corría sangre de indios mescaleros, se crió en la frontera e
hizo los Westerns más hermosos, líricos y poéticos que nunca nadie haya
rodado: “Grupo Salvaje”, “Pat Garrett y Billy the Kid” o “Duelo en Alta
Sierra”. Se dijo de él que fue el maestro de los westerns crepusculares.
Pero no solo fue eso: fue un romántico y un trágico, hizo una epopeya
de unos tiempos que nunca volverían, y dio carta de naturaleza a unos
valores que, pese a rudos, a violentos, y a sucios, se señalaban una
verdad inviolable: que lo único que merece la pena son dos amigos que
cabalgan juntos. No había en Hollywood, entendido ya como dinero, quien
entendiera el cine de este renegado: los productores le machacaban las
películas sin sentido, cuando él, con tanto sudor como como balas hacía
las películas más sublimes que un pistolero borracho y solitario pudiera
hacer. Para Peckinpah lo único de valor en la vida es la amistad
masculina y su traición la mayor tragedia. El mayor código ético es
conservar una amistad entre dos amigos. La clave de las películas de
Peckinpah es, tal vez, que considera que “el amor” entre hombres y
mujeres imposible y que por ello el mundo es un sucio estercolero, pero
que su épica se encuentra, y su romanticismo y su lirismo, en el momento
en que ya que es todo está tan jodidamente asqueroso, sus personajes
deciden finalizar con un “vayámonos de aquí con dos huevos”. Porque otra
cosa no explica la ensalada de plomo y polvo. Cuando todo está perdido,
cuando todo es un fracaso, cuando no hay más que sanguijuelas, los
personajes de Peckinpah se cargan una escopeta al hombro, un cinto de
balas y van decididos a la muerte, pero con la intención de llevarse con
ellos a todos los reptiles y serpientes que se encuentren a su paso. ¿Y
cómo es posible que con ello haga poesía? ...Pues la hace. Pues vean el
paseo de Grupo Salvaje.
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